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No existe sobre la faz
de la tierra, y en la historia de la humanidad, alguien que no se haya
encabronado, decir lo contrario sería una mentira ingenua, incluso para
aquellos devotos de la serenidad del alma que se aíslan del aire mordaz del
mundo en los más recónditos lugares. Los niveles de encabronamiento son una
gama compleja, con matices evidentes o imperceptibles, graduales o
exponenciales, parte de una formulación que borda en lo incomprensible. Sin
embargo, uno sabe que el temple de una persona es directamente proporcional a
su forma de encabronar, y de todos los guiños que poseemos es precisamente éste
el que revela más. Por ahí, algunos, van difundiendo otras teorías,
relacionadas con procedimientos ridículos como el enamoramiento y otras
cursilerías más propias de un salón lleno de quinceañeras que de una reflexión
veraz. El encabronamiento es inherente al humano, el enamoramiento no. La
relación es tan fuerte que sobrepasa a cualquier otro comportamiento, sobre todo cuando el perpetrador se abalanza con un
chuchillo y la sinrazón de su lado.
No se puede esperar nada de una persona encabronada, y,
sin embargo, al enfrentárseles se deben averiguar todas las salidas de
emergencia, pues son capaces de absolutamente todo. El encabronado ataca, no se
confundan. El que grita y camina hacia atrás es un pusilánime de la peor clase.
Experimentan el grado de encabronamiento más alto aquellos que pierden la
consciencia. Esos que vacían los puños ante un rostro indefenso, sin importar
la sangre, la mirada asustada, las consecuencias, las represalias. Los que
abren del pecho hachas, cuchillos y balazos. Uno de estos encabronados debe
aniquilar una vez prendida la mecha y nunca lo verás andar a medias tintas. Ni
la compasión ni la empatía tienen registro en sus acciones. Son chingones, pero
momentáneos. Son los perros en el reino de la ira. También son el polo opuesto
de aquellos cuya pólvora salió defectuosa, de los que se encabronan por dos segundos
y después olvidan. Personas faltas de rencor y autoestima. A la hoguera con
ellos, que regresen a donde pertenecen lo antes posible.
Entre estos polos tan opuestos, existe una variedad de
matices interesantes: están los seres arrepentidos, que sueltan el filerazo y
conducen el herido a emergencias. No se les puede encomendar tarea alguna, por
irresolutos; están aquellas personas que amenazan con matar a tu familia y
envenenar a tus perros porque te estacionaste en el lugar equivocado, porque
les echaste una mirada rara o porque una mosca se posó en su plato. Es de
sentido común empacar y poner los pies en polvorosa cuando te topas con alguno
de éstos, o bien, tomar la dirección que yo creo correcta: romperles su madre
por mamones, porque si gritan mucho y pegan poco sólo reflejan un mal manejo del
encabronamiento, es decir, son seres débiles desde las rodillas y se delatan al
tratar de no aparentarlo; hay otros, seres de explosión controlada, seres que
suministran ráfagas de veneno calibre .22 cada día. Son los que se saben
encabronados y letales. No pueden contener su ira, así que deambulan los días
haciendo la vida de los demás miserable, son seres incomprendidos y marginados,
que ahogan en lo que pueden al mismo mundo que los repele; inclusive, hay formas de encabronamiento
cuyo matiz es socialmente aprobado, como la indignación, que llevada al extremo
es una de las fórmulas más peligrosas de la tabla y también, a sabiendas la más explotada desde tiempos memoriales.
No obstante, a pesar de los múltiples matices de esta compleja gama, de todos los tipos de encabronamiento, admiro, con creces, uno: el
encabronamiento sutilmente contenido, casi imperceptible. El que recibe un
ataque y responde a dosis letales y contundentes, suministradas por días o
años. Una suerte de venganza, destructiva, pero indiferente. Veneno puro en vez
de sangre. Las personas que caracteriza son los que gobiernan el reino de la
ira, pero se desenvuelven a la perfección en cualquiera de sus estados. No
inmutan para brincar del asesinato al llanto. Su rostro refleja nada, una
mentira, la mentira con la que están dispuestos a alimentarte. Sólo un ser
inteligente y frío puede manejar un encabronamiento de este estilo y sólo una
persona aguda podría descifrarlo con el correr de los años. Al parecer, es
sistemático y utiliza todas las máscaras de la hipocresía. Un maestro te
enamorará, como los ridículos piensan, con tal de aplastarte. Otros, menos
ambiciosos, van dejando cuerpos a la orilla de la carretera, anónimos, sin
cara. Es el más alto de los rangos del
encabronamiento, prohibido para los seres de menor tonelaje incapaces de
construir una telaraña tan infranqueable y mortal. Es por eso que su naturaleza
siempre será femenina y envidiable.
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