lunes, 22 de septiembre de 2008

EL SÓTANO

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No puede ver la punta de sus pies desnudos, sus ojos son dos grandes aros de absoluta ceguera. La soledad se atreve, porque atrevida es, a invadir su cuerpo. Trata de escapar de sí mismo pero en cada intento se arrepiente. Se esconde en las tinieblas por el odio a sus ojos verdaderos. Por el aborrecimiento a las necias palabras que se fugan de su boca le asaltan deseos de saber coser y coserla. Sueña con el imposible ciego silencio.

Su subconsciente lideraba al estruenduoso sonido de sus pasos en las constantes huidas a un lugar donde la fealdad se disuelve en las sinceras luces de la oscuridad. Siempre pensó mucho de la noche que esconde minúsculas y significativas distinciones (ataduras del mundo conciente) pero creía que su sótano era más eficiente al borrarlas por completo, creando así un halo de belleza, negra nada que desnudaba y seducía a los visitantes del recinto.

Realmente odiaba esa parte humana que le exigía alimento, porque implicaba subir esas escaleras memorizadas por sus tristes pies desnudos, porque al abrir la puerta sellada la luz lo cegaba sólo por unos instantes, porque emergía un particular rencor al verse reflejado en el espejo de otros ojos, porque sentía su boca sangrante atravesada por involuntarios hilos de acero y aún así decía dolorosas palabras, porque las lágrimas secas le recorrían las mejillas y le perforaban el corazón, porque veía significativas diferencias sólo cruzando la mesa y más que nada porque sentía la impotencia de un matrimonio fracasado.

Hay que decir que varias veces trató de convencer a su pareja para que bajaran juntos al sótano, en todas las ocasiones se escudó tras el fabuloso mito del miedo a la oscuridad.
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miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA FERIA

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En la neblina dos cuerpos se seducen, se besan, se arrastran por el suelo buscando un lugar para tenerse. Pasiones encontradas en pieles fundidas. Un sueño compartido de olvido, un pacto ruidoso entre dos seres de humo que montan un espectáculo para los pequeños residentes del pasto -seres de luz que comprenden la ignorancia de la raza joven de los humanos-.

La distracción es pretexto para detener las labores. Se vende más licor que de costumbre, se montan gradas, se vende helado, se apresuran a sacar las reservas de manzanas, peras y mangos endulzados. Vuelan algodones de todos los colores. Los artistas improvisan casas de terror en los olorosos tennis del joven y las niñas usan las zapatillas como resbaladillas. Tres ingenieros improvisan tomblings con las medias negras y llenan de aire caliente los calcetines que los niños utilizan como inflables (son los únicos que se atreven). No faltan algunos borrachines que se atreven a correr por las pantorrillas de la mujer, otros avientan confeti en el oído del joven. Todos tocan trompetas, agitan banderas y ríen por los movimientos torpes de los amantes. Después de un agrio momento, los gritos, las porras, la risa se tornan en la hipnótica música para los seres de sangre. Entonces comienza el dulce y rítmico baile, baile de besos sobre los cuellos, baile de besos sobre los labios, baile de miradas y caricias, baile de dos para un público por fin satisfecho. Dos atrevidos le dan vuelta a los pezones irisándolos, huyen por el abdomen aterrorizados al escuchar el ronco grito de uno de los abuelos de la aldea. Otros jovencitos llenaron de cerveza el ombligo y se encuentran nadando. Unas señoras ríen y escalan por los muslos del varón dando tambaleantes pasos. Se abren competencias de resistencia para averiguar quién puede lengüetear por más tiempo los pies del muchacho, los más jóvenes compiten por el primer lugar trepando de punta a fin por los cabellos lacios y largos de la mujer. Cientos de fogatas arden en torno a los cuerpos. Todos bailan, se embriagan, se cansan.

Con la feria terminada, los seres de tierra extienden una cobija de niebla sobre los amantes. Los niños duermen en las piernas de los grandes, que beben, platican, disertan sobre los más triviales temas. Suenan cantos de damas dolidas, de héroes acabados, melodías de sueño para acompañar al alba que se resiste valiente a pasar inadvertida, cae cuando los parpados de los amantes se cierran conservando así la noche, después de un último beso de feria.
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lunes, 8 de septiembre de 2008

EL SUÉTER

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Hay quien se levanta a las dos o tres de la mañana buscando un sueño, un relámpago de vida que solía estar a su lado, objeto de caricias e interminable delirio de torrenciales besos. La búsqueda se considera infructífera porque siempre lleva hacia la misma pared blanca. En este recorrido siempre hay un pequeño ataque de pánico y ansiedad, incluso muchas sesiones se acompañan de un ligero llanto (claro reclamo al dios en turno). Con el propósito del cambio se piensa en pintar la pared de azul. Nunca se concreta la idea. Hay noches, como perreras, donde la pared parece difuminarse. Son las peores, las que esperanzan. La desesperación lleva a mutilar los recuerdos, a romper y desangrar la sucia memoria ofensiva. Se prende fuego a las fotos y se apuñalan las cartas. Se llega a organizar con fe, igualable a la de cualquier feligrés devoto, múltiples ritos –obras de teatro de religiones prestadas- con el fin del olvido. Nunca hay una victoria total a pesar de que hay quien, acorralado, se refugia en la realidad, en la triste decadencia de la monotonía diaria. No la hay, porque inconcientemente hay algunos que, todas las noches, se engalanan con el mismo atuendo ajenamente esencial para la travesía en búsqueda de un sueño. Hay quien seguramente no nació para olvidar o, como en este caso, otros que simplemente se niegan a tirar ese suéter afilado.
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