viernes, 24 de junio de 2011

SÉPTIMO FRAGMENTO

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Desde el principio enloqueció. Nunca tuvo la ingenua capacidad para ver el mundo como el resto de las personas. Una noche se arrancó el dedo pulgar de una mordida y no lloró. Un día se abrió las venas esperanzado a salirse de sí y fracasó.  Sólo entonces, ante la imposibilidad, una lágrima recorrió su rostro.  

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jueves, 23 de junio de 2011

FRIEDRICH

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Se llamaba Friedrich Reyes, y no, no tenía nada de romántico, más bien se distinguía por unos arranques de violencia tan inexplicables que, en un principio, dejaban perplejos a familiares y vecinos de toda la cuadra. Las escenas eran de lo más variadas, desde golpes e insultos infames, hasta ventanales rotos y pequeños incendios; incluso en alguna ocasión un ingenuo policía se llevó una buena puñalada con un cuchillo mantequillero. Esos eventos habían cobrado fama en la colonia debido a que, después del alarido inicial y la correspondiente denuncia de las muy informadas vecinas, las patrullas pintaban las paredes con sus no muy sensuales sirenas. El escándalo escaló hasta ser de lo más notorio, y casi siempre la noticia llegaba a la primera plana de los periódicos nacionales; no, no por las sirenas y el despliegue policiaco de primer orden –detallitos que la población tiene por demás asimilados–, sino porque nuestro inigualable personaje sólo tenía diez años. Tal fue la fama de esta criatura que pronto el sistema burocrático se desaletargó y en un momento de lucidez nunca antes visto aprobó leyes para la pena máxima, porque la sociedad si algo detesta, más que a asesinos, narcotraficantes y violadores, es a los niños problemáticos.  

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jueves, 16 de junio de 2011

SEXTO FRAGMENTO

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En el rincón se encontraban las ruinas y despojos de lo que había sido un hombre. Su cuerpo agazapado dibujaba eso que todos reconocemos al instante. Sus manos cubrían su rostro, ocultando de sus apenados ojos la miseria que lo rodeaba. Sus dedos temblaban al contacto con los protuberantes pómulos. Su imaginación volaba fuera de sí y se veía, ahí, rendido, cadavérico en medio de un mar de mierda atestado de restos de libros descuartizados y asesinados; una gran pena le oprimía el corazón y desde lo alto del cuarto se le escapaban un par de lagrimas por esos arrebatos de locura en los que solía incurrir aquel postrado, asesino de palabras y de ideas. 

                Recuerdo que le gritaba – ¡Vamos, vamos, aférrate a alguna de esas hermosas páginas!  Y mi voz rebotaba y regresaba transformada en una voz extraña, una voz que me describía como un ser desesperado que inútilmente trataba de animar a ese yo que perdía la esperanza. Yo trataba de ignorar esa voz y gritaba -¡Naufraga! ¡Naufraga! ¡Que es mejor naufragar que hundirte en esta mierda que llamas casa! Pero mi voz no era escuchada, y yo me sentía débil y lejano, a kilómetros de distancia de lo posible, donde mis manos se desvanecían y donde me encontré dejando de existir.

                No podemos asegurar ninguno de los hechos que ocurrieron, pero estamos seguros de que todo está rodeado de las imposibilidades características de la vida ficcional. No podemos construir un desenlace para nuestro personaje, falto de nombre y rasgos distintivos, porque al hacerlo podemos incurrir en una falta grave a este texto con ansias de brevedad. Dejamos por tanto al lector la responsabilidad de sacar sus propias conclusiones y la posibilidad de hacer de este pedazo de papel lo que más le plazca, bien tirarlo a la mar de mierda con otros tantos de miles de escritos que ahí lo esperan, o bien usarlo para abandonarnos de este mundo e ingresar a ese otro, desdoblado, que es mil veces más cruel y mil veces más real, y por lo tanto mil veces mejor. 

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