lunes, 24 de febrero de 2014

LAS NOCHES BORROSAS




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El menor de los problemas es el dolor de cabeza o las ganas incontrolables de voltear el estómago o los temblores de piel de gallina en un día caluroso. La duda, pregunta que se trepa por todos estos síntomas, es lo peor. Consternación física del alma, la reconstrucción de los hechos de una noche borrosa se puede tornar en el más cruel y lento de los martirios en la resaca. Postrado en el rincón más fresco del cuarto, piel hirviente al piso, se trata, combatiendo las punzadas que torturan la sien, de encontrar el punto exacto en que todo se pierde. Y pueden pasar horas o días o años en el proceso de reconstrucción. Los recuerdos fragmentarios se sobreponen, se entrecruzan, se aniquilan. El tiempo se pierde, las sensaciones se intensifican, los olores regresan con asco, las risas o el llanto resuenan en un eco vivido y extraño. Los ojos de otros te asaltan y te dibujan y siempre son inexactos. Un rompecabezas etílico.

Te reprendes por volver a pintarte en la misma escena, por lastimar el cuerpo de una manera tan heroicamente patética, porque, enfrentémoslo, todo héroe tiene algo de patético. Y en un momento de calma, leve como la vida, regresas a un lugar trepado hasta el techo de humo, y sabes que estuviste. Tal vez, te asalte un recuerdo milimétrico de una mano cómplice sobre tu muslo y te conturbas. El cuerpo espasmódico revela un punto crítico y buscas entre los escombros de los recuerdos las mínimas indicaciones de un proceder errático. Hay que revisar el cuerpo por heridas, siempre hay heridas aunque no haya sangre. El vibrar constate del alma contenida no impide que se desarrolle un proceso detectivesco, la ropa, los tickets por sumas considerables hacen que tu corazón brinque latidos. Y unos ojos felinos te atrapan y te siguen y te cazan, el peligro, etérea sensación que seduce a los etílicos. Todo se desvanece y se queda un vacío, un silencio que se prolonga y que martiriza la existencia. Te bañas y limpias el cuerpo pero el silencio se anuda en la garganta. Una sensación indescriptible, la duda. Sano e incompleto, puedes considerarlo durante unas horas o unos días pero siempre te armas y sales y recreas toda la escena con el afán de averiguar sobre esos ojos inventados, sobre esa mano soñada, sobre esas risas y esos lugares de las noches borrosas, pero siempre amaneces arrinconado en el lugar más fresco del cuarto, piel hirviendo al suelo, recuerdos fragmentados. Y te preguntas, y te preguntas.  



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