miércoles, 7 de enero de 2015

Las noches borrosas



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El menor de los problemas es el dolor de cabeza o las ganas incontrolables de voltear el estómago o los temblores de piel de gallina en un día caluroso. La duda, pregunta que se trepa por todos estos síntomas, es lo peor. Consternación física del alma, la reconstrucción de los hechos de una noche borrosa se puede tornar en el más cruel y lento de los martirios en la resaca. Postrado en el rincón más fresco del cuarto, piel hirviente al piso, se trata, combatiendo las punzadas que torturan la sien, de encontrar el punto exacto en que todo se llegó a perder. Pueden pasar semanas o años en el proceso de reconstrucción; sin embargo, lo intentas. Los recuerdos se sobreponen, se entrecruzan, se aniquilan. El tiempo se anula, las sensaciones se intensifican, los olores regresan con asco, las risas o el llanto resuenan en un eco grave y extraño. Los iris ajenos tiemblan como los tuyos y te dibujan y siempre son inexactos. Un rompecabezas etílico. Y te reprendes por volver a pintarte en la misma escena, por lastimar el alma de una manera tan heroicamente patética. Y en un momento de calma, leve como la vida, asaltas la memoria para ingresar a ese lugar trepado hasta el techo de humo. La espesa neblina no puede negar tu asistencia. Tal vez, en algunas ocasiones, te ataque un recuerdo milimétrico de una mano cómplice sobre el muslo, y te conturbas. El vientre espasmódico revela un punto crítico y buscas entre los escombros de los recuerdos las mínimas indicaciones de un proceder errático. Hay que revisar el cuerpo por heridas, porque siempre hay heridas aunque no haya sangre. El vibrar constate del alma contenida no impide que se desarrolle un proceso detectivesco: la ropa, los zapatos, los bolsos con tickets emitidos con sumas considerables exacerban los latidos. Unos ojos felinos te atrapan y te siguen y te cazan. El peligro, etérea sensación que seduce a los borrachos. Todo se desvanece y queda el abismo, un silencio que se prolonga: la duda inquebrantable. Casi vencido, te bañas. Dejas que el agua parsimoniosa te refresque.... y te preguntas... y te preguntas. Sano e incompleto, sueles considerarlo durante unas horas o unos días pero siempre te armas y sales y recreas toda la escena con el afán de averiguar sobre esos ojos inventados, sobre esa mano soñada, sobre esas risas y esos llantos y esos lugares de las noches borrosas donde todo cambia y la única constante se encuentra al abrir los ojos y despertar en el lugar más fresco del cuarto, piel hirviendo al suelo, y los recuerdos fragmentados.  




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