sábado, 27 de diciembre de 2014

FRAGMENTO



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Perder la razón sirve para atender los asuntos más banales. Amar sin tener en cuenta las consecuencias de tan irrazonable movimiento. Tres estacas de acero sobre el pecho de los amantes taciturnos. Hay constelaciones que reflejan su luz sobre el pavimento de las ciudades incendiadas. La piel sobre la que escribo se sacude la tinta por la mañana. Las alimañas de la noche son testigos poco fiables. No hay palabra que escape por los labios que no venga impregnada con algo de mentira. Querer ser perro para que alguien te acaricie, patee o abandone. Los años no justifican nada. La memoria se para sobre el alfiler de un presente inestable. La duda es una muerte pequeña, constante, que se cuela por la ventanilla de los indicios erigidos por detectives que no distinguen entre un compas y una escuadra. Los silbidos bajo la ventana son coqueteos de un elegante pasado. Unos árboles cobijando promesas que comenzaron con un beso. Las tiras de pintura se resbalan por las paredes con algo de tristeza. Los colores que chocan con el cielo se impregnan en el recuerdo. Hay personas separadas por el abismo de una almohada. Una horda de niños jugando a ser adultos, ejemplarmente, anda suelta por las calles. Las más peligrosas son las notas altisonantes que casan con palabras ambiguas, las cazas arrepentido, sin éxito. Siempre existe el problema de no tener nada que decir. La inteligencia no es para uso humano. El remordimiento de los días como sanguijuelas en el cuello. Hay que matar las ideas propias antes de que desarrollen como amenaza. La furia es mejor añejarla; el amor es mejor no cultivarlo; la decepción es siempre la única certeza. 


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