jueves, 12 de junio de 2014

Del encabronamiento y otros males





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No existe sobre la faz de la tierra, y en la historia de la humanidad, alguien que no se haya encabronado, decir lo contrario sería una mentira ingenua, incluso para aquellos devotos de la serenidad del alma que se aíslan del aire mordaz del mundo en los más recónditos lugares. Los niveles de encabronamiento son una gama compleja, con matices evidentes o imperceptibles, graduales o exponenciales, parte de una formulación que borda en lo incomprensible. Sin embargo, uno sabe que el temple de una persona es directamente proporcional a su forma de encabronar, y de todos los guiños que poseemos es precisamente éste el que revela más. Por ahí, algunos, van difundiendo otras teorías, relacionadas con procedimientos ridículos como el enamoramiento y otras cursilerías más propias de un salón lleno de quinceañeras que de una reflexión veraz. El encabronamiento es inherente al humano, el enamoramiento no. La relación es tan fuerte que sobrepasa a cualquier otro comportamiento, sobre todo cuando el perpetrador se abalanza con un chuchillo y la sinrazón de su lado.
            No se puede esperar nada de una persona encabronada, y, sin embargo, al enfrentárseles se deben averiguar todas las salidas de emergencia, pues son capaces de absolutamente todo. El encabronado ataca, no se confundan. El que grita y camina hacia atrás es un pusilánime de la peor clase. Experimentan el grado de encabronamiento más alto aquellos que pierden la consciencia. Esos que vacían los puños ante un rostro indefenso, sin importar la sangre, la mirada asustada, las consecuencias, las represalias. Los que abren del pecho hachas, cuchillos y balazos. Uno de estos encabronados debe aniquilar una vez prendida la mecha y nunca lo verás andar a medias tintas. Ni la compasión ni la empatía tienen registro en sus acciones. Son chingones, pero momentáneos. Son los perros en el reino de la ira. También son el polo opuesto de aquellos cuya pólvora salió defectuosa, de los que se encabronan por dos segundos y después olvidan. Personas faltas de rencor y autoestima. A la hoguera con ellos, que regresen a donde pertenecen lo antes posible.
            Entre estos polos tan opuestos, existe una variedad de matices interesantes: están los seres arrepentidos, que sueltan el filerazo y conducen el herido a emergencias. No se les puede encomendar tarea alguna, por irresolutos; están aquellas personas que amenazan con matar a tu familia y envenenar a tus perros porque te estacionaste en el lugar equivocado, porque les echaste una mirada rara o porque una mosca se posó en su plato. Es de sentido común empacar y poner los pies en polvorosa cuando te topas con alguno de éstos, o bien, tomar la dirección que yo creo correcta: romperles su madre por mamones, porque si gritan mucho y pegan poco sólo reflejan un mal manejo del encabronamiento, es decir, son seres débiles desde las rodillas y se delatan al tratar de no aparentarlo; hay otros, seres de explosión controlada, seres que suministran ráfagas de veneno calibre .22 cada día. Son los que se saben encabronados y letales. No pueden contener su ira, así que deambulan los días haciendo la vida de los demás miserable, son seres incomprendidos y marginados, que ahogan en lo que pueden al mismo mundo que los repele; inclusive, hay formas de encabronamiento cuyo matiz es socialmente aprobado, como la indignación, que llevada al extremo es una de las fórmulas más peligrosas de la tabla y también, a sabiendas la más explotada desde tiempos memoriales.
       No obstante, a pesar de los múltiples matices de esta compleja gama, de todos los tipos de encabronamiento, admiro, con creces, uno: el encabronamiento sutilmente contenido, casi imperceptible. El que recibe un ataque y responde a dosis letales y contundentes, suministradas por días o años. Una suerte de venganza, destructiva, pero indiferente. Veneno puro en vez de sangre. Las personas que caracteriza son los que gobiernan el reino de la ira, pero se desenvuelven a la perfección en cualquiera de sus estados. No inmutan para brincar del asesinato al llanto. Su rostro refleja nada, una mentira, la mentira con la que están dispuestos a alimentarte. Sólo un ser inteligente y frío puede manejar un encabronamiento de este estilo y sólo una persona aguda podría descifrarlo con el correr de los años. Al parecer, es sistemático y utiliza todas las máscaras de la hipocresía. Un maestro te enamorará, como los ridículos piensan, con tal de aplastarte. Otros, menos ambiciosos, van dejando cuerpos a la orilla de la carretera, anónimos, sin cara.  Es el más alto de los rangos del encabronamiento, prohibido para los seres de menor tonelaje incapaces de construir una telaraña tan infranqueable y mortal. Es por eso que su naturaleza siempre será femenina y envidiable.





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