sábado, 2 de octubre de 2010

LA MADRUGADA

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Las tres de la mañana estaban cerca. Se sentía un silencio quieto, sólo perturbado por el quejido melancólico de algunos perros encerrados. A la madrugada, amante prófuga de las miserables alimañas, tenías que hacerle de piedras perlas para que no se fuera. Bella dama misteriosa, tiene el encanto femenino que anonada con su querer pasajero a los transeúntes.

Él, alto y altivo como era, caminaba con la cabeza baja, resignado al olvido, temeroso del día nuevo.  Ha aprendido con el tiempo a utilizar a su amante, a manipularla meticulosamente para que se ajuste a sus planes. No fue entonces diferente, con una determinación que no es ocasional andaba por las calles. Años de lecciones y retos lo fueron moldeando en la sombra que representa, en el fantasma, en el asesino. Pasa las puertas del vicio una y otra vez, tentado, convencido, entra. Todo se vuelve bruma, ruido e intensidad. Los ojos se posan en sus ojos. Los movimientos son repeticiones eternamente entrenadas. Las palabras se trasforman en vino. Los rechazados amantes se refugian en un simulacro de  noche.  El pasado se convierte en el presente. Lugar de memorias.

Se siente un poco incomodo, no es un lugar que regularmente frecuenta. Está consciente que no debe aligerar su presencia, es más fácil dejar a una mujer que a una cantina que te atrapa. Se acomoda en la barra y examina el lugar, ha hecho lo mismo durante tres días (madrugadas debería decir, partes de noche con día). Unos tragos de mezcal (si digo jaral es demasiado cercano a la realidad) y la incomodidad se esfuma con el humo de los muchos cigarrillos. No conoce al cantinero por su nombre, pero el cantinero lo conoce a él, como conoce a todos, sabe qué servir y cuándo servir leyendo las manos, los gestos. Un mezcal, una cerveza, un ron, los cantineros son eruditos en su arte. Sale, como los días anteriores (quise decir: madrugadas, pedazos de mezcla bastarda) después de pagar su cuenta cuyo monto parecía demasiado, haciendo mucho ruido mientras los ojos se posan sobre el cuerpo-bulto en que se ha convertido, ríen, se reconocen y se niegan en la figura cómica. Tambalea por la calle y se adentra en un callejón, percibe no muy lejos una figura tambaleante, fugitivo de la misma cantina -debe ser otro amante de este tiempo indefinido-. Se detiene contra la pared bruscamente… unos segundos después empieza su caminar sin ningún tambaleo, con seguridad robada se acerca rápidamente al ladrón de damas y le hunde un picahielos en la garganta tres veces. Verifica los agujeros de la noche por testigos, tranquilo prende un cigarrillo y emprende su camino a casa, ansioso de subir un cuento a su muy olvidado blog. 

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