jueves, 30 de diciembre de 2010

HORDA

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Fuerte el rumor se extendía por las calles. Las sirenas hermosas brillaban en la oscuridad, bailaban sus destellos en las paredes pintarrajeadas. Petardos como en año nuevo. Ruido. El eterno fuego se elevaba. Los danzantes eran desorganizados, el miedo en sus ojos era violento, la adrenalina les maquillaba sus rostros con diabólicas muecas. Como nieve caían los vidrios de los edificios aledaños. La religión y la política no eran la responsables de esta fiesta (algo extraño ya que la historia ha comprobado que son la causa regular de violencia inesperada, esperada, toda). Rabia. Sueños rotos. Desesperación. Todo sucedía en cámara lenta, los balazos, el gas, los gritos, las macanas, los golpes repetidos, los ruegos. Esas fueron las horas malditas antes de que saliera a la venta el videojuego.

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lunes, 27 de diciembre de 2010

ABC…UGB¿bbh´99

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Detrás vienen las letras coherentes, altivas y constantes, pero sinceramente cansadas del maratón ridículo que se les exige. Se nota un cierto placer en el sudor de las letras que lideran la carrera, tropezándose unas con otras, golpeándose, gritando y maldiciendo, ebrias de poder y de ruido van desaforadas por la vida. La carrera es inconsciente para ellas, corren por correr. No saben, tontas desesperadas, que en la meta no las espera el triunfo sino una cascada de locura, salvaje y violenta explosión de letras. No saben que prudentes en la cima las otras se organizan y las rescatan y las condicionan y las someten y las hacen suyas, aburridas letras coherentes. Y tú, imbécil, con todo tu poder las dejas, indiferente a esa injusta esclavitud. La neblina de los siglos te ha cegado casi totalmente y ya eres incapaz de ver la belleza en la explosión violeta violenta al final de la cascada. 

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lunes, 20 de diciembre de 2010

TRABAJO VACACIONAL


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La noticia sobre su nuevo empleo no fue abrupta para su familia, después de todo sólo eran las vacaciones, pronto retomaría la senda de la carrera con futuro (nada de carreras minúsculas como filosofía, historia o letras) y sería un exitoso empresario. Después no le sería difícil encontrar una pareja que se acomodara a su status recién adquirido: mujer rubia con educación terminada y con inutilidad formidablemente acorde a su proyecto de vida, ser esposa de un adinerado. La madre estaría ya en proceso de eliminación de apellidos y habría escogido a una chica de antiguo abolengo que inexplicablemente  intimidara, por su excruciante belleza, a toda una generación de pretendientes. Para la familia González, migrantes de la tierra a Bellas Lomas, nada sería imposible, la jefa de la familia habría hecho entrar en razón al muchacho y le habría convencido que con un modesto presupuesto su angelical prometida podría aparecer en las portadas de las revistas más exclusivas del continente. Lamentablemente para el futuro familiar Pedrito sí aceptó ese trabajo, y sí, sólo bastó con unas vacaciones decembrinas para derrumbar a puntapiés los planes bien trazados por sus padres.

                Les diré qué fue lo que sucedió, para evitar malentendidos. Pedrito, un muchacho de 20 años, estaba cansado de que le dijeran Pedrito, estaba también cansado de que toda la responsabilidad del porvenir de sus antecesores y predecesores fuera puesta sobre sus hombros. Sus hombros que nacieron, según él pensaba, para las actividades más triviales del humano. Cuando entró en esa tienda departamental para pedir trabajo lo hizo con toda la intención del mundo de abortar las ideas preconcebidas a su vida, quería demostrar que su destino, por más triste que fuera, era suyo y de nadie más. El entrevistador sólo echó un vistazo a sus referencias y su cara escondió una pequeña mueca de satisfacción (revelaba el descubrimiento de una veta que pronto podría explotar, tenía algo de gringo este entrevistador, todos los entrevistadores tienen algo de gringos, no por naturaleza ni nacimiento sino por una extraña solidaridad y lealtad perturbada hacia la empresa –que generalmente es gringa–). El trabajo era suyo. Podría comenzar a trabajar al día siguiente. Y así lo hizo.

                No fueron ni quince días de trabajo para que el cambio en la personalidad del muchacho fuera contundente, Pedrito se enfurecía cuando se le llamaba con el diminutivo. Pedro empezaba a gastar dinero en cosas que antes parecían los oasis de locura exclusivos de sus compañeros más lejanos, de los que reían en clase y se burlaban del profesor con frases soeces. Así empezó la etapa de su vida con muchos baches, drogas y mujeres despiadadas. Fue una etapa realmente corta, porque pronto se hizo experto en bordear los baches, evitó las drogas y se refugió en el alcohol –líquido venerablemente más fiel a los propósitos de un seudoromántico– y por último aprendió, casi con un sentido femenino, a utilizar a sus parejas. Es decir, todo iba sobre rieles hasta que el jefe de departamento le indicó que por la temporada navideña iban a necesitar de sus servicios en otra área. En primera instancia a Pedro le entusiasmó el cambio, pronto todo cambio y la angustia y desesperación se adueñaron de todo su ser. No les voy a mentir, el trabajo era realmente sencillo, casi un chiste de trabajo, pero eso no quiere decir que un trabajo sencillo es un trabajo para cualquier persona, menos cuando dicha persona está consciente de que no en un pasado muy remoto el destino de toda su familia estaba en sus manos. Fue por eso y no por otra cosa (como se anda comentando por los pasillos) por lo que su afición al alcohol se  escaló de la noche a la mañana como un cohete. El primer día en su nuevo puesto pudo mantener una sonrisa mientras hacía su trabajo. Los días siguientes fueron de seriedad absoluta, de un automatismo de fábrica, de esas donde los espíritus salen del cuerpo para ir a pasear a otros lugares. La fecha del escándalo fue el 22. Pedro llegó con una chispa inesperada, se puso su gorro y subió al tren cantando. Aceleró a todo lo que daba mientras vomitaba villancicos a todo volumen, una mano al volante otra tocando una dorada campana. Frenaba intempestivamente para que subieran pasajeros, emitía sonidos de claxon para que los transeúntes se quitaran de su camino. Y más villancicos y más volumen y más velocidad. Pasajeros riendo y cantando. Pronto un puesto de dulces en el camino y un poderoso choque. Las risas de los más pequeños se quiebran en llanto, la de los grandes en ojos reprobatorios y gritos sordos de reembolso, maldiciones y mentadas. Sin embargo, Pedro bajó alegre, con un baile de movimientos bufonescos, campana de oro y botella en las manos, villancicos a todo pulmón. Policías y jefes de departamento en la escena. Gritos y forcejeos, mentadas y patadas, escupidas intermitentes. El despido inmediato por infringir las leyes de tráfico en el centro comercial. El futuro de la familia González por el caño.  

                Aclaro (por aquello de los malentendidos): la única que sufrió por aquel incidente fue la jefa de la familia… y claro, los niños que nunca van a poder subir a un trenecito otra vez.          

  

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