(ejercicio de desconcentración pre-clase)
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Carrozas de luz
deambulan por los aires. Las calabazas esconden la cabeza bajo la tierra. Tres
perros negros ladran corazones en la barda y miran a dos gatos mudos de
impotencia en el patio. Las carreteras están desiertas y las luciérnagas se
fugan con calma por entre las ramas. Perras que se acurrucan como niños bajo el
brazo. Bicicletas etéreas, azules y amarillas, suben montañas coronadas de
queso saltierra. Todos visitan las tumbas de los ángeles muertos. Los dioses se
encandilan con la luz que escapa de un puntero. Los niños creen, los adultos
olvidan, los abuelos recuerdan. Las cosas que uno se encuentra se pegan a la
vida inevitablemente. Dos abejas pelean salvajemente mientras la gente apuesta.
Una planta sonríe por las tardes a los transeúntes. La billetera ha perdido su
razón de ser. Siete pandas tomaron el palacio municipal y mataron a dos
viejitas que opusieron resistencia. La lámpara hace ojos cómplices, la
televisión se percata. Hay dieciocho ojos pegados a mi palma de la mano, cuatro
muertes a las plantas de mis pies, cuatrocientos ochenta y tres carreras
frustradas por mis letras. La felicidad es algo que se inventó en un juego como
éste. Deslizarse por la tierra gozando la velocidad de tres tiempos lejanos. No
se puede encontrar pecado en el placer que encuentran dos hadas lesbianas
viendo a dos gnomos descuartizarse por la sola oportunidad de un beso.
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