sábado, 27 de diciembre de 2014

FRAGMENTO



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Perder la razón sirve para atender los asuntos más banales. Amar sin tener en cuenta las consecuencias de tan irrazonable movimiento. Tres estacas de acero sobre el pecho de los amantes taciturnos. Hay constelaciones que reflejan su luz sobre el pavimento de las ciudades incendiadas. La piel sobre la que escribo se sacude la tinta por la mañana. Las alimañas de la noche son testigos poco fiables. No hay palabra que escape por los labios que no venga impregnada con algo de mentira. Querer ser perro para que alguien te acaricie, patee o abandone. Los años no justifican nada. La memoria se para sobre el alfiler de un presente inestable. La duda es una muerte pequeña, constante, que se cuela por la ventanilla de los indicios erigidos por detectives que no distinguen entre un compas y una escuadra. Los silbidos bajo la ventana son coqueteos de un elegante pasado. Unos árboles cobijando promesas que comenzaron con un beso. Las tiras de pintura se resbalan por las paredes con algo de tristeza. Los colores que chocan con el cielo se impregnan en el recuerdo. Hay personas separadas por el abismo de una almohada. Una horda de niños jugando a ser adultos, ejemplarmente, anda suelta por las calles. Las más peligrosas son las notas altisonantes que casan con palabras ambiguas, las cazas arrepentido, sin éxito. Siempre existe el problema de no tener nada que decir. La inteligencia no es para uso humano. El remordimiento de los días como sanguijuelas en el cuello. Hay que matar las ideas propias antes de que desarrollen como amenaza. La furia es mejor añejarla; el amor es mejor no cultivarlo; la decepción es siempre la única certeza. 


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lunes, 22 de diciembre de 2014

Marginales



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Hay una o dos formas de ausentarte, de ser un fantasma a los ojos de los demás, de escabullirte en las sombras de la vida, pasos con penumbra en los límites de la inconsciencia humana. La mayoría no sabe bien cómo llegó a ese lugar y hace lo posible por regresar al sendero más transitado, usual y sin sentido de la cotidianidad, pero hay otros que no soportan el mundo de la constancia y se escapan en momentos a esos espacios negros donde la negación parece ser la vía rectora. Lugares en recovecos infranqueables, en curvas al final de la calle, bajo las sombras de los árboles centenarios o tras puertas de madera desvencijada, lugares propicios que despliegan sombras densas y permiten desnudarse de las máscaras que causan el anonimato. En estos nidos degenerados, las faldas son más cortas y los cigarros interminables, se chocan risas y vasos sinceros, se callan las palabras graves y se deja a la imaginación desvanecerse en un lento fuego etéreo. Aunque hay quien se sabe mover entre los dos mundos, viajando entre productividad y perdición, sin extraviarse, la mayoría de los que se han lanzado al precipicio prefiere el refugio del ensueño, donde la duda tiembla sobre el cuerpo y las afirmaciones son imposibles, pero donde todo es más intenso y la sensualidad se desplaza con el aleteo de unas pestañas coronando unos ojos negros y el roce más mínimo de los cuerpos hace explotar la sangre con euforia. No hay nada comparable al poder seductor de la inestabilidad; sin embargo, precisamente es en estos lugares rechazados donde se establecen las mejores amistades, cómplices de lo erróneo, compañeros de un viaje sin destino. No se puede cuestionar la sinceridad de un golpe en el rostro, de una mentada de madre, de una risa sin compromiso. Una copa regalada es un presente invaluable con el cual se conducen operaciones riesgosas, cortes de bisturí en el pecho, corazones desplegados. Seres que se encuentran en los vuelcos de las noches y establecen un vínculo incorruptible entre la carrilla y las pláticas banales. Hay una o dos formas de ausentarte, pero siempre es mejor hacerlo acompañado. 



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martes, 25 de noviembre de 2014

Tradición



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Se levantó con una mirada silenciosa que la invitaba a seguirlo. Caminó unos cuantos pasos y volteó, insistente. Ella, sumergida en la plática, dudó, pero en seguida su naturaleza curiosa la puso de pie. Utilizó no recuerdo qué pretexto y comenzó a seguir la sombra entre los árboles, alejándose, paso con paso, de la fogata. A medida que avanzaba la curiosidad fue derrocada por el temor y vacilaron sus pies por un segundo; sin embargo, de un costado, una mano tomó su muñeca y en la oscuridad velada por los árboles ella reconoció el brillo de los ojos de Guillermo que, como un ser completamente inocente y seguro, obvió la señal y dejó pasar el momento sólo para dar un pequeño jalón indicándole que lo siguiera. Después, de la espesura abarrotada por las sombras musicales, se abrió un sendero, latigazo de terquedad sobre la tierra. La luna, cómplice, dibujaba los contornos con un azul violáceo. Fueron pocos minutos, pero el canto de los insectos y el crujir de las hojas ante su andar la iban anestesiando. Se preguntaba si faltaba mucho, de los destellos dorados de la fogata ya no se percibía nada, pero una presión leve en su muñeca le indicó que habían llegado, y el sendero se abrió para formar una gota de pasto. El lugar emanaba un sudor a tradiciones milenarias. De las ramas que lo circundaban, colgaban tambaleantes cientos de carrillones, campanas y tabachines, cuyas formas sólo se adivinaban a partir de su singular canto. El metal, la piedra y el vidrio desprendían pequeños destellos lunares cuando tintileaban para unirse a la orquesta nocturna. Guillermo se paró en el centro y contempló las copas negras de los árboles, cerró los ojos y tomó entre sus manos esas otras que temblaban. Un minuto eterno de luz lunar para armarse de un valor innecesario. Finalmente, abrió la boca con el fin de ofrecer su corazón, pero ella, que minutos atrás se hubiera rendido sin chistar, se adelantó y lo arrancó de un tajo de su pecho, sólo para pisarlo indiferentemente antes de volver como nerviosa luciérnaga a luz de la fogata. Él se quedó ahí, una sombra iluminada, roto. 

Sin duda, hay seres que no merecen los misterios de la oscuridad.
 


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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Mientras abren la peluquería


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Recuerdo a una figura desgarbada, por las tardes, aspirar una cobija o un suéter, como lo hacía un compañero de la universidad, cuando su novia había partido para Europa, y ver el quebrar de sus ojos por nostalgia. También tengo presente los frijoles, con ese sabor de rancho inconfundible, acompañados por tortillas tostadas y un queso fresco que a mi madre llevaban siempre al pueblo de su infancia, lugar mágico donde las risas y la platica comenzaban en el desayuno y se iban desplegando durante el día en un diálogo natural y armónico hasta que terminaban, rodeando una fogata, coronadas por un cielo inconfundible del desierto. Hay olores que son la única llave para transportar a algunos tiempos recónditos, que se refugian en los recovecos de la memoria de manera truculenta, mejores o peores, y son parte integra y definitoria de las personalidades. Yo, tengo presente el aroma del primer beso que di, bajo un par de laureles, en una calle donde los criminales seguramente hacían sus mejores atracos y donde los jóvenes, valientemente inexpertos, se atrevían a abrirse el pecho con su cuerpo; de todos los olores éste es mi preferido, también es la razón por la que maté a estos pendejos, oficial, porque ellos no tienen derecho a robar los recuerdos, a mí realmente qué chingados me importa que los árboles no dejen ver el letrero de su negocio, no deberían haberlos tumbado; usted me entiende, ¿verdad? 


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lunes, 1 de septiembre de 2014

Prólogo al fracaso


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Todo pasa en el transcurso de cinco minutos. Lo primero que ella ve son las suelas de los zapatos en el momento en que él resbala. El escenario: un banco en día de quincena. Los espectadores: irritantemente callados. Procedimiento humano: dolor se minimiza, la pena se ponencia. Una costilla rota y, sin embargo, se para resorteando con una agilidad y fuerza sólo justificables desde el subconsciente o por alguna herencia mitológica olvidada. Ella se acerca preocupada, conteniendo la carcajada detrás de una sonrisilla coqueta.  ̶ ¿Estás bien? ̶  Él duda en responder, no sabe qué es más perturbador, la punzada en su costado o la preocupación de la mujer que todavía no logra enfocar.  Un entrecortado  ̶ Sí, gracias ̶  se le escapa. Tambalea y amenaza con azotar otra vez, pero ella logra tomar su brazo.  ̶ ¿Seguro? ̶  Y otra vez el desconcierto, la ternura en el tacto, y un tímido  ̶ Sí, gracias ̶  en el momento en que ella le suelta. Los colores se empiezan a resincronizar con los objetos, los cuerpos, los rostros. Ve a la mujer de espaldas, caminando a la salida, escapando, seguramente preocupada por otro asunto más inmediato. El murmullo crece. Ahora se empiezan a escuchar las burlas, el siseo tan natural del humano. El maletín en el suelo, la gente mirando fijamente, el guardia de seguridad acercándose, pero él ignora todo por seguir hipnotizado con la estela de la falda roja y la blusa negra. Antes de cruzar la puerta, ella voltea, todavía con los labios respingados. Él levanta una mano, agradecido, y con la otra se toma el costado. Un dolor se originó ese día, y no lo dejará jamás.     


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martes, 24 de junio de 2014

¿Por qué?



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El agua le caía fría en la cabeza. Estaba todavía en un estado onírico inducido por los tragos de la noche anterior y otras tantas cosas a las que la borrachera inevitablemente lo conduce. Una mueca grotesca se dibujaba en su rostro gracias a la caricia empática del líquido. Se echó al suelo para tapar con su cuerpo la alcantarilla y elevar un poco el nivel del agua. Era un niño divirtiéndose y salvándose del infierno de su cuerpo. Los temblores y el asco no eran tan violentos ahí, recostado y sumergido. El baño no tenía cortina, pero era antiguo y tenía los bordes demasiado altos, como si los arquitectos de otros tiempos se dedicaran a matar ancianos con poca suerte y equilibrio. Ladeado, podía contemplar la taza del baño, que ocultaba un estado deplorable en esos rincones que nadie suele observar, pero perfectamente limpia desde otros ángulos. Pensó –así los humanos- y las horcajadas casi lo vencen. Rió cuando no. Observo con cierta repulsión, pero sin duda con deseo, la cuchara humeada que se retorcía ahí, en el suelo, violada tantas veces que la memoria ya ni le servía. Se estremeció. Cerró los ojos para otros tiempos, ajenos a la amargura de las noches, donde los ojos de ellos se enternecían a su llegada. Ahí se mantuvo varias escenas compartiendo la comida o el espacio bajo las cobijas en días de invierno, chocolate caliente y películas; siete amaneceres de gritos de sorpresa y preguntas sobre Santa; entrelazando las manos y contemplando los vestidos ampones de las jóvenes y el cortejo tímido de los muchachos en la tardes de paseo por el jardín del barrio, donde las risas de los niños se columpian con un gusto incomparable; los guiños coquetos de ella, cuando visitaba a sus padres que la aborrecían porque lo llevaba flotando por los días; las noches interminables del entendimiento vital de las bocas y los cuerpos. Una mueca de agradecimiento se descomponía en largas y turbulentas horcajadas y los gritos y los temblores y la desesperación y el madrazo del mundo real al expulsar la bilis dolorosa. Con un esfuerzo descomunal logra levantarse, como tantos otros días, sucio de sí y de su condena, atacado por imágenes que no puede parar y que lo latiguean sin misericordia, todas en un mismo y confuso tatuaje mental del día que no hubo gritos cuando llegó del trabajo sino silencio, y las paredes entintadas de violencia y la sensación de todo su ser romperse y dejar de ser para ser otro que se anda por la vida reflexionando la triste pregunta. 



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jueves, 12 de junio de 2014

Del encabronamiento y otros males





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No existe sobre la faz de la tierra, y en la historia de la humanidad, alguien que no se haya encabronado, decir lo contrario sería una mentira ingenua, incluso para aquellos devotos de la serenidad del alma que se aíslan del aire mordaz del mundo en los más recónditos lugares. Los niveles de encabronamiento son una gama compleja, con matices evidentes o imperceptibles, graduales o exponenciales, parte de una formulación que borda en lo incomprensible. Sin embargo, uno sabe que el temple de una persona es directamente proporcional a su forma de encabronar, y de todos los guiños que poseemos es precisamente éste el que revela más. Por ahí, algunos, van difundiendo otras teorías, relacionadas con procedimientos ridículos como el enamoramiento y otras cursilerías más propias de un salón lleno de quinceañeras que de una reflexión veraz. El encabronamiento es inherente al humano, el enamoramiento no. La relación es tan fuerte que sobrepasa a cualquier otro comportamiento, sobre todo cuando el perpetrador se abalanza con un chuchillo y la sinrazón de su lado.
            No se puede esperar nada de una persona encabronada, y, sin embargo, al enfrentárseles se deben averiguar todas las salidas de emergencia, pues son capaces de absolutamente todo. El encabronado ataca, no se confundan. El que grita y camina hacia atrás es un pusilánime de la peor clase. Experimentan el grado de encabronamiento más alto aquellos que pierden la consciencia. Esos que vacían los puños ante un rostro indefenso, sin importar la sangre, la mirada asustada, las consecuencias, las represalias. Los que abren del pecho hachas, cuchillos y balazos. Uno de estos encabronados debe aniquilar una vez prendida la mecha y nunca lo verás andar a medias tintas. Ni la compasión ni la empatía tienen registro en sus acciones. Son chingones, pero momentáneos. Son los perros en el reino de la ira. También son el polo opuesto de aquellos cuya pólvora salió defectuosa, de los que se encabronan por dos segundos y después olvidan. Personas faltas de rencor y autoestima. A la hoguera con ellos, que regresen a donde pertenecen lo antes posible.
            Entre estos polos tan opuestos, existe una variedad de matices interesantes: están los seres arrepentidos, que sueltan el filerazo y conducen el herido a emergencias. No se les puede encomendar tarea alguna, por irresolutos; están aquellas personas que amenazan con matar a tu familia y envenenar a tus perros porque te estacionaste en el lugar equivocado, porque les echaste una mirada rara o porque una mosca se posó en su plato. Es de sentido común empacar y poner los pies en polvorosa cuando te topas con alguno de éstos, o bien, tomar la dirección que yo creo correcta: romperles su madre por mamones, porque si gritan mucho y pegan poco sólo reflejan un mal manejo del encabronamiento, es decir, son seres débiles desde las rodillas y se delatan al tratar de no aparentarlo; hay otros, seres de explosión controlada, seres que suministran ráfagas de veneno calibre .22 cada día. Son los que se saben encabronados y letales. No pueden contener su ira, así que deambulan los días haciendo la vida de los demás miserable, son seres incomprendidos y marginados, que ahogan en lo que pueden al mismo mundo que los repele; inclusive, hay formas de encabronamiento cuyo matiz es socialmente aprobado, como la indignación, que llevada al extremo es una de las fórmulas más peligrosas de la tabla y también, a sabiendas la más explotada desde tiempos memoriales.
       No obstante, a pesar de los múltiples matices de esta compleja gama, de todos los tipos de encabronamiento, admiro, con creces, uno: el encabronamiento sutilmente contenido, casi imperceptible. El que recibe un ataque y responde a dosis letales y contundentes, suministradas por días o años. Una suerte de venganza, destructiva, pero indiferente. Veneno puro en vez de sangre. Las personas que caracteriza son los que gobiernan el reino de la ira, pero se desenvuelven a la perfección en cualquiera de sus estados. No inmutan para brincar del asesinato al llanto. Su rostro refleja nada, una mentira, la mentira con la que están dispuestos a alimentarte. Sólo un ser inteligente y frío puede manejar un encabronamiento de este estilo y sólo una persona aguda podría descifrarlo con el correr de los años. Al parecer, es sistemático y utiliza todas las máscaras de la hipocresía. Un maestro te enamorará, como los ridículos piensan, con tal de aplastarte. Otros, menos ambiciosos, van dejando cuerpos a la orilla de la carretera, anónimos, sin cara.  Es el más alto de los rangos del encabronamiento, prohibido para los seres de menor tonelaje incapaces de construir una telaraña tan infranqueable y mortal. Es por eso que su naturaleza siempre será femenina y envidiable.





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martes, 10 de junio de 2014

Sobre posesiones



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Se fracasa todos los días, eso es incuestionable. No obstante, la forma de lidiar con el fracaso es muy diferente en cada persona: para algunos el fracaso es una cuestión de lamento, otros aprovechan cada caída para explotar su comercio, algunos están tan familiarizados a su trato que lo acogen como hermano y para otros parece imperceptible en la balanza de los hechos. Estos últimos, los triunfadores, cuando caen, golpean el suelo de manera tan fuerte que la mancha de sangre que queda en su alma es imborrable, tan implacable es el impacto que una vez que regresan a su estado natural algo les susurra al oído por las noches quitándoles el sueño. A los primeros, los que se quejan miserablemente ante cada obstáculo, por mínimo que sea, deberían aniquilarlos, por cobardes. Por otro lado, los paparazzi de la desgracia, a mi parecer, son los seres más despreciables sobre el planeta. Hay que ser un ser vil para ofrecer sólo un flashazo a alguien que necesita agua, o pan, o una mano, o un abrazo. Todos ellos son ajenos al fracaso, le temen o lo explotan desde la distancia.
Ahora bien, de todas las especies que el hombre ha engendrado, los que valen la pena, son aquellos que han establecido con el fracaso una forma de vida. Una especie de pacto. Una simbiosis amarga. Los que se desenvuelven en la sombra de los altos edificios, cobijados por harapos que pertenecieron a las generaciones de otras familias, seres de luz que rompen el esquema de una sociedad absurda y que esconden las llagas de sus derrotas en el silencio de una botella o en el silencio absoluto de una soledad impostada. Aquellos que se duermen a la luz de una fogata, arrullados por una canción que su madre escuchó de su madre y ella de su abuela, y así interminablemente, mientras el caldo de piedra despide un olor que tiene la esperanza viva y el estómago vacío. Los que confrontan el asfalto ardiente con la carne viva de su cuerpo y no chistan por un solo segundo. Los que viven hasta con la voz rota de tanto esfuerzo, pero que esconden en el recoveco de sus ojos un brillo de fuerza tal que derrotaría imperios. Los que residen invisibles en los lugares menos publicitados, rojos de violencia y negros de desgracia. Todos ellos no conocen el temor al fracaso, porque con él han compartido todas las noches y sus peripecias, todos los días y sus canalladas. Aún así, sin nada en la cuenta bancaria para respaldarlos, de ellos es el mundo, porque, lamentablemente, de todos los espacios que éste ofrece son ellos los que habitan en el que sangra realidad.  



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miércoles, 14 de mayo de 2014

Diatriba de un enfrentamiento vehicular





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Soy de los que opinan que hasta en la violencia debe existir algo de elegancia. Considero el insulto como una de las artes más deterioradas de nuestra civilización. Tanto la simpleza como la vulgaridad han acaparado el mercado que antes le pertenecía a la agudeza y el ingenio. Hasta el albur ha dado paso al tonto y descarnado ataque directo, aquel que no se adorna más que de la agresión y se defiende con el puño. No me malinterpreten, logro comprender los distintos escenarios donde la mentada es necesaria , donde el putazo es imprescindible; no obstante, hay cierta nostalgia por esos juegos de palabras, por esos siseos venenosos que se podían disfrazar de halagos rimbombantes y que dejaban una estela de duda en el aire, evanescente y al mismo tiempo casi palpable. Hay pocos, todavía, que ejercitan los sinsentidos aparentes, las finas ironías y las insinuaciones leves y punzantes, pero, lamentablemente, a falta de diálogo se ven condenados al exilio y después a la extinción. Estos seres peligran por la avanzada agresiva de un contingente que se deslumbra por la hipérbole, la exageración de lo evidente. Técnica explotada por todos esos carroñeros de buenos puestos que prostituirían a su madre por la sola oportunidad de ganar algunos pesos o entrar al mundillo artístico del momento.
Junto con Julio Torri se revuelcan en la tumba miles de escritores que apostaban por la insinuación, por la elegancia, por la brevedad, pero, sobre todo, que apostaban por la inteligencia del espíritu. Tal vez se necesite un régimen dictatorial, como a finales del siglo XIX, cuando el escritor tenía que emplear todos los recursos del ingenio para filtrar entre las palabras la verdad imprescindible. Soy de la firme creencia que toda la aparente libertad que ahora gozamos tiene como consecuencia directa el letargo  en que la sociedad se ve sumergida, huevonés intelectual del siglo XXI.

Es por eso que, desde el fondo del pozo, insto a todos a promover el insulto como una de las bellas artes; a que este ejercicio de la mente se erija una vez más y conquiste ese lugar de gloria que en otrora le pertenecía; a provocar un huracán en las cenas de los domingos por medio de cinco palabras bien hiladas; a destruir una vida provocando una incertidumbre, y a filerear ciento de veces al enemigo con una sonrisa y un picahielos de letras. Los insto a todo esto…  Y me disculpo con ustedes por los eventos de hoy por la mañana. Les explicaré: un carro se me cerró y me encontré en cuestión de minutos en una neblina espesa de mentadas de madre y en un baile de putazos con una persona desconocida que no tenía el menor gusto por el arte del insulto. Fue entonces cuando me di cuenta de la más grande de las verdades: en los momentos en los que el buen gusto no tiene cabida no importa saber que a veces el putazo es imprescindible, sino que hay que saber dar putazos. El ojo morado y el labio roto como testigos. 


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domingo, 16 de marzo de 2014

Vulgarismos

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Habemos pocos, todavía. Habemos pocos, todavía, que van por la vida con una sonrisa sangrante grapada al rostro, pepenando alegrías ajenas, perlas nacaradas de desconocidos. Habemos pocos, todavía, deambulando de un lado a otro con un caminar gracioso, practicado militarmente. Habemos los que andan con el rostro muerto despertando miradas inquietas y habemos los otros que escapan de la vida por unas monedas, en los cruceros, en las plazas, en las vías. Habemos todos los que parodian esa vida que está en venta, inalcanzable, irreal, provocativa y adictiva, hilarante hasta las estrellas por exagerada; dócil y sumisa por la mercadotecnia. Habemos seres engañados que enmudecen de los propios chistes y se carcajean de los ajenos. Habemos pocos, todavía, que se aferran a los modelos de un pasado borrado de tajo, como la tinta al final del día. Habemos muchos defraudados, sin posibilidad de reclamo, ante una ventanilla. Habemos muchos, pero también habemos aquellos atestados que buscan una salida, sin maquillaje barato, repleta de obstáculos burdos y punzocortantes que llaguen de sentido. Habemos otros, los menos, los que tiran la vida por una mirada. Habemos siendo menos, cada vez menos, pero habemos otros, todavía…   



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lunes, 24 de febrero de 2014

LAS NOCHES BORROSAS




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El menor de los problemas es el dolor de cabeza o las ganas incontrolables de voltear el estómago o los temblores de piel de gallina en un día caluroso. La duda, pregunta que se trepa por todos estos síntomas, es lo peor. Consternación física del alma, la reconstrucción de los hechos de una noche borrosa se puede tornar en el más cruel y lento de los martirios en la resaca. Postrado en el rincón más fresco del cuarto, piel hirviente al piso, se trata, combatiendo las punzadas que torturan la sien, de encontrar el punto exacto en que todo se pierde. Y pueden pasar horas o días o años en el proceso de reconstrucción. Los recuerdos fragmentarios se sobreponen, se entrecruzan, se aniquilan. El tiempo se pierde, las sensaciones se intensifican, los olores regresan con asco, las risas o el llanto resuenan en un eco vivido y extraño. Los ojos de otros te asaltan y te dibujan y siempre son inexactos. Un rompecabezas etílico.

Te reprendes por volver a pintarte en la misma escena, por lastimar el cuerpo de una manera tan heroicamente patética, porque, enfrentémoslo, todo héroe tiene algo de patético. Y en un momento de calma, leve como la vida, regresas a un lugar trepado hasta el techo de humo, y sabes que estuviste. Tal vez, te asalte un recuerdo milimétrico de una mano cómplice sobre tu muslo y te conturbas. El cuerpo espasmódico revela un punto crítico y buscas entre los escombros de los recuerdos las mínimas indicaciones de un proceder errático. Hay que revisar el cuerpo por heridas, siempre hay heridas aunque no haya sangre. El vibrar constate del alma contenida no impide que se desarrolle un proceso detectivesco, la ropa, los tickets por sumas considerables hacen que tu corazón brinque latidos. Y unos ojos felinos te atrapan y te siguen y te cazan, el peligro, etérea sensación que seduce a los etílicos. Todo se desvanece y se queda un vacío, un silencio que se prolonga y que martiriza la existencia. Te bañas y limpias el cuerpo pero el silencio se anuda en la garganta. Una sensación indescriptible, la duda. Sano e incompleto, puedes considerarlo durante unas horas o unos días pero siempre te armas y sales y recreas toda la escena con el afán de averiguar sobre esos ojos inventados, sobre esa mano soñada, sobre esas risas y esos lugares de las noches borrosas, pero siempre amaneces arrinconado en el lugar más fresco del cuarto, piel hirviendo al suelo, recuerdos fragmentados. Y te preguntas, y te preguntas.  



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miércoles, 22 de enero de 2014

Random stuff


(ejercicio de desconcentración pre-clase) 

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Carrozas de luz deambulan por los aires. Las calabazas esconden la cabeza bajo la tierra. Tres perros negros ladran corazones en la barda y miran a dos gatos mudos de impotencia en el patio. Las carreteras están desiertas y las luciérnagas se fugan con calma por entre las ramas. Perras que se acurrucan como niños bajo el brazo. Bicicletas etéreas, azules y amarillas, suben montañas coronadas de queso saltierra. Todos visitan las tumbas de los ángeles muertos. Los dioses se encandilan con la luz que escapa de un puntero. Los niños creen, los adultos olvidan, los abuelos recuerdan. Las cosas que uno se encuentra se pegan a la vida inevitablemente. Dos abejas pelean salvajemente mientras la gente apuesta. Una planta sonríe por las tardes a los transeúntes. La billetera ha perdido su razón de ser. Siete pandas tomaron el palacio municipal y mataron a dos viejitas que opusieron resistencia. La lámpara hace ojos cómplices, la televisión se percata. Hay dieciocho ojos pegados a mi palma de la mano, cuatro muertes a las plantas de mis pies, cuatrocientos ochenta y tres carreras frustradas por mis letras. La felicidad es algo que se inventó en un juego como éste. Deslizarse por la tierra gozando la velocidad de tres tiempos lejanos. No se puede encontrar pecado en el placer que encuentran dos hadas lesbianas viendo a dos gnomos descuartizarse por la sola oportunidad de un beso. 




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martes, 14 de enero de 2014

De ejecuciones

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Debo creer que no estoy solo cuando digo que en estos tiempos de muertes insignificantes y tumultuarias, de asesinatos al aire libre y sin penalización, estamos acosados constantemente desde todos los frentes por una publicidad que vende la loca idea de las ejecuciones con dignidad. Por eso no es de extrañar que lo que hace algunos años veías en la pantalla grande en la escena final de Braveheart ahora se haya deformado exponencialmente y haya borrado a su paso todos los matices de un acto tan bestial. William Wallace aúlla un grito en un escena final: "freedom!", grito que se prolonga el tiempo necesario para que toda las pieles de la audiencia se pongan su traje oriental. Después de ganar varios premios y ser una de las producciones más exitosas de finales del siglo XX, Gibson, productor, director y actor de esta película, encontró en la ejecución una idea multimillonaria. Al sentido patriota ya muy explotado, el querido y antisemita Mel, agregó las historias en idioma "original" de Chisus y de un Maya en aprietos, consolidando así su lugar a la punta de la pirámide de una industria en decadencia.
     La ejecución desde el punto de vista hollywoodense siempre ha tenido algo de heroico. Pero en estos días, por estos lugares donde las reflexiones estúpidas como la mía no encuentran más sentido que en comparación con esas otras ejecuciones tan públicas como anónimas, tan llamativas como indiferentes, no cabe duda que la idea comienza a recobrar su matiz de sordidez. Sobre todo por el contraste entre estos dos tipos de ejecución, que esencialmente son el mismo, pero con una audiencia diferente. Si el héroe de Hollywood recibe desde la multitud gritos cómplices y plegarias interminables, acompañadas de ojos perfectamente acuosos que arañan empatía sobre cualquier audencia, el otro, el desconocido que pendulea bajo un puente con el alba pegando sobre su espalda provoca horror sobre aquellos que logran distinguir la silueta. Las plegarias no están presentes entonces, salvo, tal vez, en algún cuarto lejano donde algún familiar preocupado ruega a todos los santos por el regreso de ese ser inidentificable. El olvido social es inmediato y, sin embargo, la violencia se palpa en el aire y se expande contaminando de inseguridad a los transeúntes. Del cine sales aliviado, contento del final catártico del héroe, acá te asaltan las ganas de un baño caliente que limpie la suciedad de la que te niegas a ser testigo. Los finales espectaculares de las películas se discuten con enérgica alegría en las reuniones, mientras que los otros se escapan en susurros morbosos que libran batalla para ser callados. 
     La incertidumbre sólo aplica en películas de directores con nombres impronunciables, acá la incertidumbre es contagiosa. La duda asalta las mentes y las desequilibra, las transmuta en algo irreconocible de tan ordinario. Vivir con miedo llega a ser una norma pues los seudoartistas de la ejecución se toman la competencia muy en serio. Se traspapelan los roles de una producción hollywoodense a las calles, la escenografía es esencial para llamar la atención del público. La mutilación pasó de ser algo despreocupado a ser algo tan intencionalmente macabro que apabulla hasta a los forenses más experimentados. La ejecución ya no se trata de la muerte misma, si no de la capacidad para hacer sufrir al humano, ya está desnuda totalmente de todo sentido dignificante y queda, ahí, sola, en un altar autoconfeccionado de restos. Los cuerpos cargan pruebas irrefutables de una muerte lenta y miserable, completamente saturada de humillación, que no se compara en absoluto con los tres minutos de gritos censurados que aparecen en cualquier pantalla. Sin embargo, al final, el resultado siempre es el mismo en cualquier ejecución -ficcional o no-. No hay prueba más absoluta de una decadencia humana si hemos de vestirla son los trapos sucios de una dignidad olvidada.




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viernes, 3 de enero de 2014

Tres días de gripa

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Que no los engañe la sencillez, la cosa más sencilla puede hacer postrarse al hombre con una humillación sin parangones. La gripa, una reina disfrazada de peón, anda por estos días en los aires, azotando a todo transeúnte desprevenido que cruce por su camino. Experta en los avatares del tiempo, se esconde a los ojos prestos y ataca principalmente a los débiles de espíritu que tratan de engañar al frío de las madrugadas. Sus víctimas predilectas son los niños despreocupados, que corren entre cohetes como en un día de verano, los viejos, que cuentan los metros del túnel con una sonrisa imperceptible en su rostro, y los jóvenes, que pasan las horas negras entre risas, cantos, alcohol y cigarro. Ahí, cuando la noche es toqueteada lascivamente por el día, es inevitable que ella deslice sus labios sobre los tuyos, y te hipnotice y te envuelva en un sopor triste y vago. No notarás su presencia hasta unas horas más tarde, cuando sus garras arañen tu espalda y tus ojos lloren de la nada. Su sólo recuerdo destroza el pecho y perfora la garganta, artimaña que impide el grito de socorro. El sudor recuerda grandes e insufribles pasiones, producto de una alucinación ajena y seguramente falsa. La persistencia inmutable de su cortejo derrota cualquier té y brebaje que te preparan las santas de la casa, la experiencia entre ambas es incomparable. Que no te mientan, la medicina es un engaño, nadie ha logrado descifrar su contoneo. Tres días hace que detuvo sus labios sobre los míos la muy perra y tres días hace que no puedo pensar otra cosa más que en ella. Triste y alarmante, bella y cautivadora, mátenme ahora que veo su silueta.        



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