lunes, 25 de julio de 2011

DÉCIMO FRAGMENTO

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Soñé con compartir una aguja contigo, y escapar así a ese abismo lleno de desesperación y alegría y lagrimas con risas que hacías tan atractivo. Soñé con esos ojos tuyos, desorbitados por el exceso de alcohol en la sangre, acompañandos de esa mueca cómplice que se encuentra sólo en las caras sin rostro de los bares. Soñé en decepciones y caricias y besos amargos, y en recoger tu pelo mientras descargabas ese exceso de ti en el baño. Soñé desmayarme a tu lado y amanecer semidesnudo con ese sentimiento de qué carajos pasó aquí mientras nuestros muslos se besaban con esa intensidad de recién conocidos. Pero sobre todo soñé en que susurrabas una canción a mi oído, mientras una nube de narcótico humo nos envolvía, con esa voz tuya tan contradictoria al infierno que compartíamos.

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sábado, 16 de julio de 2011

NOVENO FRAGMENTO


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Hace nueve días que desperté. Hoy recuerdo ese vicio con nostalgia. Los besos, los ojos, las garras, todos esos fragmentos de nada que me llevaban a todos esos lugares atestados de magia y divina artificialidad. No puedo negar que he buscado la forma de regresar. Lamentablemente el sueño no es como las mujeres, cuando éste se pierde se va para siempre, a pesar de las chingaderas que dice ese tal Freud.


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lunes, 11 de julio de 2011

OCTAVO FRAGMENTO

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La mayoría cobijaba sus sentimientos con sofisticados lentes de sol. Los menos afortunados estaban desnudos ante ese público que escrudiñaba sigilosamente las lágrimas expuestas, la pena revelada, la gracia perdida y las humildes ropas de borracho de cantina. Su imagen contrastaba con la monotonía perfectamente cuidada de esas personas que de vez en cuando se abrazaban y emitían alaridos exagerados por el muertito. El reproche rondaba en el aire y superaba con creces a la pena, a la angustia, a la muerte. Coronas de flores se apostaban a los alrededores, los nombres de familias resaltaban con importancia de reclamo el lugar en la vida del desafortunado. La familia se tomó la molestia de contratar a un literato para que escribiera un discurso de lo más emotivo. Como siempre resulta ser, la esposa todavía se tomó el privilegio de aventarle un último puño de tierra, que fue asistido de rosas sin espinas, flores amarillas y coronas improvisadas. Un montículo de muerte se posó sobre el muerto. Los rostros se fueron esfumando, uno a uno, tras sus lentes. Estoicos, los humildes, los borrachos, los amigos, esperaron hasta al final repeliendo ese natural desprecio de la gente afortunada. Solos lloraron en silencio, solos abrieron botellas de alcohol corriente y solos rociaron entre esas flores falsas y hermosas ese liquido tan preciado para ellos. Solos demostraron su cariño y su respeto.

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