viernes, 24 de mayo de 2013

EL REMOJÓN

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El martes azotaba con contratiempos inesperados al transeúnte matutino. En el libramiento había una congestión gracias a una inoportuna señorita que pensó que era la mejor de las ideas irse maquillando mientras manejaba hacia el trabajo. Seguramente por su cabeza pasó varias veces el pensamiento “Estoy ahorrando tiempo” o bien “Multitasking… sólo las mujeres” antes de estamparse de frente contra un camión urbano. Accidente horrible que, sin embargo, no saldrá en boletín de ningún medio, porque, si lo piensas bien, sólo es otra mujer más jodiéndole la vida a millones de habitantes, “tópico común en la historia”, llegó a pensar el productor del noticiero.
Gustavo recibió ese martes de primavera con los ojos bien despiertos mientras caminaba rumbo a la parada del camión, bailando la mirada de culo en culo, o de piernas a culo, o tetas a cara y a tetas de nuevo de todas las señoritas que andaban con una prisa sensual por las cochinas aceras de la ciudad exhibiendo esas prendas que de tan ligeras parecen invisibles. La sonrisa y la bandera a media asta disimuladas por los lentes oscuros obligatorios. Y así, de repente, rompiendo el encanto de una mañana sin resaca, la lluvia. Derramamiento del cielo debería decir, porque era una lluvia inusual, encabronada. Gustavo corrió hacía un local, donde el tendero amablemente cerró las puertas en su nariz. Desconcertado, buscó refugio bajo las láminas precarias de un puesto de periódicos, donde ya había una docena de ciudadanos empaquetados como sardinas, uno más no haría diferencia, paralelismo sin movimiento del trasporte público que no llegaría a tiempo por algún choque catastrófico.

Bajo el agua todo se siente como un ente diluido. Las pieles se tocan y se reconocen mojadas. Sin embargo, ahí, bajo el puesto de periódicos, la piel de Gustavo se electrificó al roce ¿inoportuno? de esa otra piel que cubría a Rosalba. Los lentes oscuros se reconocieron como si hubieran compartido las noches bajo la luz de la misma lámpara y guardaran rencor por la estela de un argumento ya olvidado. La multitud se arremolinaba en torno al puesto de periódicos evitando cualquier posible escapatoria. Ambos empujaban hacía atrás pero la fuerza de muchos vence la voluntad de pocos y sus cuerpos peligrosamente se acercaban a una intimidad precaria. En menos de nada el latido de sus pechos tamborileaba a un descompás antinatural que exacerbaba las sensaciones. El vaho de ella lo transportó a un lugar de interminables y dulces torturas. Una temblorítica mano rozó a propósito esa otra casi muerta de miedo. Por segundos eternos continuó este devaneo, pero entonces el roce del explorador se entrelazó firmemente sobre aquella tierra insegura y débil. Y los lentes se atravesaban violentamente y los labios se acercaban retadores. Ninguno quería realmente una nueva guerra, pero las manos libres se perdían en los pechos y la entrepierna. Y siguieron los gritos de la gente ignorante y los empujones y la lluvia que violentamente terminaría de mojarlos. Ahí, en la esquina de esas calles inmundas, el camión que no llegaría nunca los dejaría desamparados, fundidos, aceite y vinagre, uno con el otro bajo el agua, asaltados por miradas, obscenas y envidiosas, de decenas de personas que no comprendían lo hermoso del relato y sólo esperaban ver más de esas tetazas esplendorosas.

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