lunes, 20 de abril de 2009

RESOLUCIÓN MATRIMONIAL

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Zarpar lejos lejos, tal vez a un lugar donde las nubes sirvan de alfombra para manos distraídas que olvidan sus quehaceres, inconscientes tres segundos que dejan en el recuerdo la escoba, la mopa, los días interminables en la cocina malabariando ollas y sartenes para un placer familiar ajeno. 

Odiar y odiar a los que osan desviar la mirada de las cachetadas, cómplices indiscretos y cobardes que se acorralan en defensa de su especie en las cantinas más corrientes -corrientes por tenerlos ahí de traje o de huarache y no por la bebida o las instalaciones-.  

Gritar fuerte fuerte, para que los gritos lleguen a los ojos que ignoran las cortadas y quemaduras en mis brazos; para que retumbe la sociedad que me ignora, a mí que en esta triste casa de retazos estoy más muerta que las muertas de Juárez.

Querer y querer deshacerme de mí; de mí que me odia; de mí que me arrastra de los tobillos hasta una cama pulcra e indeseable; de mí que me obliga a seguirlo; de mi que se traga las palabras que inevitablemente cortan la garganta; de mí la que está consciente. 

Soñar y soñar que tú, entre todas, vas a levantar los ojos del suelo, si bien sabes que mis golpes, mi sexo y mis palabras te ofenden hasta quebrarte el cuerpo y romperte el alma; por eso te recomiendo los ojos abajo y las caricias ricas como te he enseñado, y como has aprendido, chaparrita de mi vida.
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Aniquilar las perrunas letras que vician tus ideas, que ponen ahí, donde yo debería controlar, las nociones de libertad e igualdad; harto trabajo me ha costado a mí y a los señores padres de estas patrias conquistar lo inconquistable.
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Tomar y tomar hasta que te quiera… matar, golpear, hacer el amor.
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Buscar y encontrar un pleito que termine como he deseado desde el momento en que te acepté: conmigo lejos lejos zarpando. 

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jueves, 9 de abril de 2009

PAREJA CAMPIRANA

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Vivieron en extrema pobreza, de la tierra y los pocos animales de su corral, sin escuela pero con libros añejos que alguna vez dejaron sus abuelos en un cuarto grandísimo, que ahora, además, alojaba algunas herramientas de arado y otros tantos triques que se fueron acumulando a través de los años. Se despertaban con el alba y se dormían apenas el sol se escondía, lejanos a la modernidad. Esperaban los fines de semana anhelando esos tragos que alivian la tos de invierno, que preparan para el calor fulminante que se acompaña de pétalos, que llevan al extremo las necesidades sexuales, que difuminan las caras e intensifican sensaciones. Revoloteaban en cascadas de recuerdos acarreados por la nostalgia de los libros hasta que la mujer ajena deslizó la mano por la entrepierna, las miradas tensas, el deseo golpeando el pecho, la fortaleza de una huida, la maldición del ruido en el pueblo chico; el caminar por la vereda resoplando pasiones, sudando imágenes; entrar a la casa con un pretexto o justificación válidos que se desmoronan ante la mirada inquisitoria de la pareja emperrada; el que sea inevitable la mirada baja o ver la chimenea ardiendo en letras, él con una culpa achacada, ella con una sonrisa característica de su especie, ambos: destrozados. Jamás asistieron a una corrida de toros, o sufrieron por un embotellamiento en la calle que retrasara la cita esperada; ni trataron de acabar con el mundo a mentadas de madre y claxonazos intimidantes que rebotan en la parte de atrás de los vochos y vagonetas con mujeres al volante, pero autosuficientes fueron, también, buscando su miseria. 
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