viernes, 29 de noviembre de 2013

Siete grados bajo cero






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Dos cuerpos inmóviles se refugian en silencio tras las cobijas sanjuaneras, temerosos del aire que se desplaza, amenazante, acuchillando todo lo que se encuentra. Un par de ojos fijos al techo de lámina sólo adivinan otro par imitando, cómplice, tan inevitable acción. Podrían perderse en el sueño a un lugar más placentero,  pero los cuerpos vibrantes se aferran a este suplicio incombatible que azota con nombre de niño alguna costa lejana. Los labios deslavan el rojo coraje y se mueren poquito a poco decepcionados, secos de esperanza. Los minutos se alargan en horas imperceptibles, ajeno este hueco al mundo sigloveintuinero que se mueve ignorante de lo que ocurre tras esas paredes frigoríficas y letales. Un esfuerzo descomunal encuentra las manos que se abrazan con una energía tierna y ya casi fría. Las torres de humo que empañaban las ventanas de sus almas descienden por una escalera letánica al espacio de lo imperceptible. Alea iacta est.




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jueves, 28 de noviembre de 2013

PEDIR DISCULPAS

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Pedir disculpas siempre ha sido difícil para mí. La idea de retractar alguna de mis acciones me aterra, no por miedo, si no por las implicaciones que conlleva la admisión de culpa. Pareciera ser que, para el ojo poco atento, al pedir disculpas no puede haber repercusión alguna, que sólo hay un escenario donde se confirma el rechazo o bien el perdón se otorga y la felicidad se alcanza. La primera opción, sencilla y tajante, suele ocurrir pocas veces debido a los principios sobre los cuales fuimos educados; la segunda, el perdón, es la más común y, por lo tanto, la más complicada de desentrañar. El perdón, visto de lejos, parece una acción que absuelve todo “pecado” cometido. Es borrón y cuenta nueva tanto para el ofensor como para el ofendido, pero si te acercas un poco toda absolución tiene sus matices, sobre todo cuando se da en el marco de una relación amorosa, tal vez porque el amor es, sin duda, una de las construcciones ficcionales más elaboradas del mundo.  Pedir disculpas a tu pareja llega a ser un acto heroico o bien sucede con tanta frecuencia que la acción es desnudada de su sentido. En este terreno escabroso es donde se tiene que tener mayor cuidado, puesto que el ofensor queda vulnerable por algunos segundos, segundos suficientes para que el ofendido pueda asestar, con una frase cuchillenta, una tajante frase a la yugular que incapacitará indefinidamente a aquel que intenta redimirse.  Esto escapa, en la mayoría de los casos, a los  hombrecillos en ciernes que ven en la disculpa una oportunidad para abrirse “el camino” para el corazón [corazón porque la palabra que debería ir aquí, por más verdadera que sea, generalmente ofende] de ellas. Por ellos, personas de poca determinación, es que se ha ido desarrollando durante ya muchos siglos un sistema de disculpas bastante intrincando, no obstante, basado en un principio bastante sencillo al parecer: depende la cagada es el tamaño de la disculpa [regalo] que se ofrece. No falta quien haya cometido tal crimen que crea que para encontrar de nuevo la simpatía de su pareja es necesario elaborar una de esas propuestas matrimoniales tan ridículamente melosas que aturden hasta a los Ositos Cariñositos, estos son casos extremos, los que se avientan la soga al cuello. Otros, aludiendo a la practicidad del nuevo siglo, obsequian objetos útiles y, depende de la cagada, caros, como autos, teles, celulares [artefacto que, en primer lugar, los metió en el problema]. Muchos se quieren resarcir llevando a su pareja a un restaurant elegante, su poca imaginación le impide prever lo que será una escena por demás deplorable, similar sólo a la de un cachorro lastimado bajo la lluvia… La humillación pública, gloria eterna para aquel que sostiene el perdón en sus labios. Otros prefieren regalos más sencillos y truculentos, como los chocolates, arma de 10 mil filos, que puede llevar al sexo inmediato o bien resultar en una de las bofetadas más sonoras de la historia…Verán, ellas pueden inferir que tratas de decirles gordas. Otros, los más, se afilian al regalo más efectivo de la historia: las flores, flores en diferentes cantidades y olores, flores amarillas, rojas, blancas e incluso, en este tiempo de mentes desequilibradas, negras. Las flores son la forma más común de pedir disculpas, también tengo que apuntar que son lo que mejor reflejan la acción en su más puro sentido: la belleza que viste los tallos va amputada, muerta de origen y, a pesar de las adulaciones inmediatas, destinada a un marchitar rápido y visible. Por eso, y siguiendo esta verdad indiscutible, si algún día, acorralado, me veo en la obligación total de cambiar de opinión al respecto, voy a regalar un ramo de gatos muertos.




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