martes, 26 de mayo de 2009

LA HISTORIA DE UN ANCIANO CONOCEDOR Y UNA PUTA DE ARRABAL

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Típico caso de los hombres octogenarios que gozan de salud impecable: sobreviven a la pareja y andan por ahí desnudando, con mente y labios, lejanos prospectos.


No era el caso de nuestro viejo andante; iba por la calle con pipa en boca, pensando que cada día caminaba más lento pero con un vigor que lo contradecía constantemente. La sonrisa la forzaba a conocidos que se atravesaban por la calle, pero la dejaba fluir en secreto por toda una vida de perdidas casi pérdida.

 

El vivió enamorado, cosa que es rara, muy rara, pero no imposible, sobretodo porque su amor no era un amor común, con decir que lo encontraba todas las noches en la esquina de Independencia y Revolución por el módico costo de cien pesos*. El viejito adoraba a las putas y su sinceridad, pero sobre todas las putas se encariño con las de ese sitio porque eran el vivo ejemplo de la honestidad y el trabajo arduo, sus pesos valían ahí lo equivalente de gotas de sudor, ni más ni menos. Aparte, por la devoción de sus constantes visitas el cariño se fue haciendo recíproco, las que antes se burlaban a su cara ahora le confesaban intimidades – generalmente, actitudes imprudentes de sus hijos, de sus novios o de sus galanes-, lo invitaban a almorzar e incluso a una que otra reunión familiar. 


El viejito rodeado de putas de corazón dorado no tardó mucho en desarrollar cierta predilección por una de las muchachas, no era la más joven ni la más vieja, pero ciertamente era la mejor pues prestaba sus oídos para viejas anécdotas y pensamientos abstractos, para imágenes y para olores del pasado. Porque sabía agradecer, el viejito se hizo devoto de sus palabras tanto como de los labios que las pronunciaban, vivía para verla y tenerla una vez más, tenerla donde ningún otro hombre la podía tener: en la intimidad. 


Una noche nuestro viejito descansó de su rutina, la edad lo alcanzaba. Después de dos días llegó a la esquina despuntando el alba, con energías reforzadas, sorprendido por un torrente de luces rojas y azules, gritos de amigas desesperadas, una sábana roja cubriendo el cuerpo de no sé qué amada. Supo de labios rencorosos que lo esperaron, entendió que fue su culpa en cierta manera, comprendió que esa incierta amada era la suya, la de porcelana. Corrió como joven jugador al departamento donde pasó tantas noches disfrutándola, el aire se esfumó y su corazón casi para -como le hubiera gustado que parara- pero vio en la cómoda un regalo, envuelto en colores pastel, pequeño como la palma de la mano de un niño de siete años, al abrirlo en risas lloronas encontró una cadena y un dije de corazón, una nota: te doy a ti y sólo a ti mi corazón, para que hagas de él lo que quieras…. Y lo hizo, lo apretó con su huesuda mano, al tiempo que el suyo escapaba detrás de él, dejando aquí la carcasa de 81 años para que fuera encontrada dos semanas después por un vecino, de los que se caracterizan como metiches.  


Cuando vuelan los pájaros de los matorrales y la copa de los árboles, caen los parpados púrpuras de tus ojos. Libres sonidos del mundo arrancan de las bocas callejeras con su griterío de mercado. Todos los pies comienzan su andar orquestado y tú linda, por fin, cierras las piernas. 

*Precio tomado del último año que hubo visita, sin contar las altas y bajas de la moneda nacional.

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