miércoles, 24 de septiembre de 2014

Mientras abren la peluquería


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Recuerdo a una figura desgarbada, por las tardes, aspirar una cobija o un suéter, como lo hacía un compañero de la universidad, cuando su novia había partido para Europa, y ver el quebrar de sus ojos por nostalgia. También tengo presente los frijoles, con ese sabor de rancho inconfundible, acompañados por tortillas tostadas y un queso fresco que a mi madre llevaban siempre al pueblo de su infancia, lugar mágico donde las risas y la platica comenzaban en el desayuno y se iban desplegando durante el día en un diálogo natural y armónico hasta que terminaban, rodeando una fogata, coronadas por un cielo inconfundible del desierto. Hay olores que son la única llave para transportar a algunos tiempos recónditos, que se refugian en los recovecos de la memoria de manera truculenta, mejores o peores, y son parte integra y definitoria de las personalidades. Yo, tengo presente el aroma del primer beso que di, bajo un par de laureles, en una calle donde los criminales seguramente hacían sus mejores atracos y donde los jóvenes, valientemente inexpertos, se atrevían a abrirse el pecho con su cuerpo; de todos los olores éste es mi preferido, también es la razón por la que maté a estos pendejos, oficial, porque ellos no tienen derecho a robar los recuerdos, a mí realmente qué chingados me importa que los árboles no dejen ver el letrero de su negocio, no deberían haberlos tumbado; usted me entiende, ¿verdad? 


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lunes, 1 de septiembre de 2014

Prólogo al fracaso


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Todo pasa en el transcurso de cinco minutos. Lo primero que ella ve son las suelas de los zapatos en el momento en que él resbala. El escenario: un banco en día de quincena. Los espectadores: irritantemente callados. Procedimiento humano: dolor se minimiza, la pena se ponencia. Una costilla rota y, sin embargo, se para resorteando con una agilidad y fuerza sólo justificables desde el subconsciente o por alguna herencia mitológica olvidada. Ella se acerca preocupada, conteniendo la carcajada detrás de una sonrisilla coqueta.  ̶ ¿Estás bien? ̶  Él duda en responder, no sabe qué es más perturbador, la punzada en su costado o la preocupación de la mujer que todavía no logra enfocar.  Un entrecortado  ̶ Sí, gracias ̶  se le escapa. Tambalea y amenaza con azotar otra vez, pero ella logra tomar su brazo.  ̶ ¿Seguro? ̶  Y otra vez el desconcierto, la ternura en el tacto, y un tímido  ̶ Sí, gracias ̶  en el momento en que ella le suelta. Los colores se empiezan a resincronizar con los objetos, los cuerpos, los rostros. Ve a la mujer de espaldas, caminando a la salida, escapando, seguramente preocupada por otro asunto más inmediato. El murmullo crece. Ahora se empiezan a escuchar las burlas, el siseo tan natural del humano. El maletín en el suelo, la gente mirando fijamente, el guardia de seguridad acercándose, pero él ignora todo por seguir hipnotizado con la estela de la falda roja y la blusa negra. Antes de cruzar la puerta, ella voltea, todavía con los labios respingados. Él levanta una mano, agradecido, y con la otra se toma el costado. Un dolor se originó ese día, y no lo dejará jamás.     


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