domingo, 2 de octubre de 2016

GTO



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El zumbido de los ojos al despertar. La piel quebrada por la deshidratación. Un olor penetrante. El rezago de los tragos sobre los dientes. La inmovilidad del mundo permeando las paredes de la habitación. Una cama pequeña, de niño, que no reconoces. Una muñeca perforándote con la mirada. El incremento del tamborileo sobre las cienes. Una voluntad casi absoluta de suicidio. La cartera asaltada. El celular y sus llamadas perdidas. El acoso de la culpa. El recuerdo vago del vidrio chocando, el caminar por los callejones, las mesas y las barras y el vidrio chocando. La muñeca que juzga. Una fuerza que te pide huir. Las quejas de un cuerpo que sufre. El mareo. Avanzar por un pasillo y reconocer un rostro. Cruzar palabras. Hacer pesquisas. Indagar. Salir. Buscar a los perdidos. Tú eres el perdido. Donar dinero a Greenpeace. Un encontrado que durmió en alguna banca. La búsqueda del remedio. El sol abrazante. El tamborileo en las cienes. Un temblor corporal. Los escalofríos. La reunión de los perdidos. La asamblea en torno a los muertos marítimos. Una alegría que desentona. El asco. Voltear el estómago una y otra vez. El veneno. Las risas. Buscar un escondrijo que te reciba. Una nebulosa seductora. El tartamudeo. Los secretos contados. El vidrio chocando. Cerdos agresivos irrumpiendo. Desplazamiento etílico de las palabras. El sueño. El zumbido de los ojos al despertar.

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