viernes, 29 de noviembre de 2013

Siete grados bajo cero






*  *  *  *

*  *  *  *  *




Dos cuerpos inmóviles se refugian en silencio tras las cobijas sanjuaneras, temerosos del aire que se desplaza, amenazante, acuchillando todo lo que se encuentra. Un par de ojos fijos al techo de lámina sólo adivinan otro par imitando, cómplice, tan inevitable acción. Podrían perderse en el sueño a un lugar más placentero,  pero los cuerpos vibrantes se aferran a este suplicio incombatible que azota con nombre de niño alguna costa lejana. Los labios deslavan el rojo coraje y se mueren poquito a poco decepcionados, secos de esperanza. Los minutos se alargan en horas imperceptibles, ajeno este hueco al mundo sigloveintuinero que se mueve ignorante de lo que ocurre tras esas paredes frigoríficas y letales. Un esfuerzo descomunal encuentra las manos que se abrazan con una energía tierna y ya casi fría. Las torres de humo que empañaban las ventanas de sus almas descienden por una escalera letánica al espacio de lo imperceptible. Alea iacta est.




*  *  *  *  *

*  *  *  *

jueves, 28 de noviembre de 2013

PEDIR DISCULPAS

*  *  *  *

*  *  *  *  *



Pedir disculpas siempre ha sido difícil para mí. La idea de retractar alguna de mis acciones me aterra, no por miedo, si no por las implicaciones que conlleva la admisión de culpa. Pareciera ser que, para el ojo poco atento, al pedir disculpas no puede haber repercusión alguna, que sólo hay un escenario donde se confirma el rechazo o bien el perdón se otorga y la felicidad se alcanza. La primera opción, sencilla y tajante, suele ocurrir pocas veces debido a los principios sobre los cuales fuimos educados; la segunda, el perdón, es la más común y, por lo tanto, la más complicada de desentrañar. El perdón, visto de lejos, parece una acción que absuelve todo “pecado” cometido. Es borrón y cuenta nueva tanto para el ofensor como para el ofendido, pero si te acercas un poco toda absolución tiene sus matices, sobre todo cuando se da en el marco de una relación amorosa, tal vez porque el amor es, sin duda, una de las construcciones ficcionales más elaboradas del mundo.  Pedir disculpas a tu pareja llega a ser un acto heroico o bien sucede con tanta frecuencia que la acción es desnudada de su sentido. En este terreno escabroso es donde se tiene que tener mayor cuidado, puesto que el ofensor queda vulnerable por algunos segundos, segundos suficientes para que el ofendido pueda asestar, con una frase cuchillenta, una tajante frase a la yugular que incapacitará indefinidamente a aquel que intenta redimirse.  Esto escapa, en la mayoría de los casos, a los  hombrecillos en ciernes que ven en la disculpa una oportunidad para abrirse “el camino” para el corazón [corazón porque la palabra que debería ir aquí, por más verdadera que sea, generalmente ofende] de ellas. Por ellos, personas de poca determinación, es que se ha ido desarrollando durante ya muchos siglos un sistema de disculpas bastante intrincando, no obstante, basado en un principio bastante sencillo al parecer: depende la cagada es el tamaño de la disculpa [regalo] que se ofrece. No falta quien haya cometido tal crimen que crea que para encontrar de nuevo la simpatía de su pareja es necesario elaborar una de esas propuestas matrimoniales tan ridículamente melosas que aturden hasta a los Ositos Cariñositos, estos son casos extremos, los que se avientan la soga al cuello. Otros, aludiendo a la practicidad del nuevo siglo, obsequian objetos útiles y, depende de la cagada, caros, como autos, teles, celulares [artefacto que, en primer lugar, los metió en el problema]. Muchos se quieren resarcir llevando a su pareja a un restaurant elegante, su poca imaginación le impide prever lo que será una escena por demás deplorable, similar sólo a la de un cachorro lastimado bajo la lluvia… La humillación pública, gloria eterna para aquel que sostiene el perdón en sus labios. Otros prefieren regalos más sencillos y truculentos, como los chocolates, arma de 10 mil filos, que puede llevar al sexo inmediato o bien resultar en una de las bofetadas más sonoras de la historia…Verán, ellas pueden inferir que tratas de decirles gordas. Otros, los más, se afilian al regalo más efectivo de la historia: las flores, flores en diferentes cantidades y olores, flores amarillas, rojas, blancas e incluso, en este tiempo de mentes desequilibradas, negras. Las flores son la forma más común de pedir disculpas, también tengo que apuntar que son lo que mejor reflejan la acción en su más puro sentido: la belleza que viste los tallos va amputada, muerta de origen y, a pesar de las adulaciones inmediatas, destinada a un marchitar rápido y visible. Por eso, y siguiendo esta verdad indiscutible, si algún día, acorralado, me veo en la obligación total de cambiar de opinión al respecto, voy a regalar un ramo de gatos muertos.




*  *  *  *  *

*  *  *  *

jueves, 3 de octubre de 2013

MUTILACIONES

*  *  *  *

*  *  *  *  *


Acertijos que se desprenden de tu piel y asaltan los ojos tremulosos con esa rabia que poco a poco se olvida y se almacena en capítulos oscuros de la memoria. Enigmas cuánticos de bajo relieve dispersos en la cartografía de tu abdomen provocan la duda sobre las posibles rutas del proyecto. El embrollo de tu cabello seudoamazónico y las sábanas de seda oriental se funden en un desastroso y caótico escenario, espacio perfecto para que Wagner despliegue su orquesta e invada presuntuoso los más alejados recovecos. Te contempla en la penumbra, genuinamente consternada, por un par de horas, reflexionando, analizando el esbozo incierto de las pasiones. Tú no la ves pero está postrada en una silla a medio metro, acompañada de un vaso con whisky con sirenas desvaneciendo. La actitud inmóvil de ambos se apodera de la habitación descarnada e inhibe la dulzura de los muebles antiguos y martirizados por el tiempo. De pronto un chispazo detona en esos ojos que podrían ser de cualquiera y se expande fugitivo hasta convertirse en un incendio creativo que la posesiona. No obstante, combate su instinto y se contiene, una calma exterior que contrasta con esa explosión interna. De la camisa que hurtó de ese cuerpo que yace, extrae un cigarro y lo prende para alternar con armonía la malta y el tabaco, contribuyendo plácidamente a erigir el ambiente preciso para el proceso. Uñas multicolores prensan amablemente el cristal que suda y La prohibición de amar se desliza carismática entre la densa neblina. Te contempla curiosa y posa la colilla de un último cigarro en un cenicero desbordado. Abandona el vaso a la deriva, sus sirenas han triunfado. Así sin más, femenina, se abalanza sobre ti liberando su incendio, ardida del alma, aguda con el cuchillo desenvainado. Artista a su trabajo.


*  *  *  *  *

*  *  *  *

viernes, 6 de septiembre de 2013

Antes de las 10 en un viernes nublado



*  *  *  *
*  *  *  *  *


Las aves salen a regañadientes de las copas de los árboles, combatiendo una brisa fría cobijada por unas nubes tristes y apagadas que esconden la promesa del sol. En las islas de los camellones se esconden los perros callejeros que, ahí, temblorosos, admiran con celos a sus pares correr y brincar sobre los charcos con la alegría y la seguridad de que sus amos los secarán al regresar a un cálido hogar. Los choques se acumulan en las calles porque la gente ignora que la lluvia es un mar desbordándose y no muestra el respeto milenario que el fenómeno se ha ganado. Los que pueden se resguardan, están acostumbrados a una vida turbia ajena de las bellezas sombrías que proporcionan los grises matices de un viernes nublado.  

*  *  *  *  *
*  *  *  *

lunes, 19 de agosto de 2013

16vo. Fragmento

*  *  *  *
*  *  *  *  *


Un resquebrajadura en el silencio fue el detonador para insultos explosivos entre los comensales. A una velocidad mortal, siete parejas se lanzaban municiones verbales. Las damas demostraban los reflejos felinos propios de su raza y apabullaban sigilosamente a sus contrincantes, que yacían descalabrados sin siquiera percatarse. Sobre la mesa sucedía el barullo entre fieros enemigos atados por roles sociales. El mantel ocultaba el recorrido de una mano por una entrepierna estremecida. La mejor actuación velaba la satisfacción proporcionada por las uñas de una predadora lasciva. 

*  *  *  *  *
*  *  *  *  

martes, 13 de agosto de 2013

UNDERWEATHER (o reflexiones de un enfermo)




*  *  *  *
*  *  *  *  *


Los sueños para mí son inalcanzables. Por lo menos lo son aquellos que trascurren cuando duermes, porque sufro, sí, sufro, de la inaccesibilidad ocasionada por la mañana. Creo que eso explica, en cierta forma, el mal humor que caracteriza todas mis actividades matutinas, cuando me rehúso a aceptar que no hay recuerdos tangibles de los sueños, las pesadillas o las fantasías. Las mañanas para mí son un momento de ebriedad no buscada, de confusión traslúcida, de un deambular entre dos mundos que me rechazan. La tediosa rutina de una vida planeada exacerba las paredes nebulosas de los cuartos por los que me desplazo. Tres veces casi hago explotar el boiler por un pestañeo demasiado prolongado, un trastabilleo inconsciente que jala hacía a la cama desamparada. El baño es un renacer obligado cuando todavía sientes las gotas sonar individualmente sobre tu cara y aparearse en una masa que te cubre y te lava, poco a poco, la vida nocturna. El baño es el primer aviso del abandono de ese lugar que, por lo que sabes, nunca has visitado. El espejo, por otra parte, es una afrenta irremediable, una mentada beligerante que te saca las mentiras por los ojos y te exprime el corazón y el alma con verdades impronunciables. Siete veces he roto un espejo, sé que mi destino está trazado por esas viejas costumbres y lo acepto como acepto que se me haya negado el derecho a los sueños. La niebla se dispersa en la calle y esa claridad invade con una levedad desesperante este hogar donde, de cuando en cuando, me paseo con los nudillos cortados. El olor a café se expande desde el pocillo azul de peltre que reposa en la hornilla prendida. Un suspiro te hace recapacitar sobre las sensaciones terrenales y, al mismo tiempo, te aleja de ese mundo que te está pariendo otra vez por casi once mil veces consecutivas. Y el calor se desliza por la garganta dejando una alegría colombiana en tus entrañas, así comienza el engaño. Tú que eres yo ya no eres el tú de la noche y los ojos cerrados, tú que pudiste ser un héroe o un asesino, un Indiana Jones o un Moriarty. Los ojos abiertos matan. El mundo se precipita con una estruendosa finitud sobre las cosas, conmoviendo los cimientos de la inteligencia. Abandonados por el mundo de lo posible y ante un terreno estéril y perceptiblemente ingrato nos encontramos atrapados con las anteojeras de la duda e incredulidad. No hay escapatoria más que en el tiempo. No hay escondite más que en las conjeturas mismas. Ya no sé si anhelo el regreso a ese otro mundo donde la locura es regla. Me disculpo, estos días nublados que alegran un corazón moribundo me ponen a reflexionar sobre situaciones sin sentido como si estuviera a punto de recibir la visa eterna para ese mundo ajeno, tan anhelado, tan irremediablemente repleto de menos alternativas. La verdad es que sufro de un simple resfriado.



*  *  *  *  *
*  *  *  *

martes, 6 de agosto de 2013

Antes de las 10

****
*****

Ocurrió antes de que se pudiera desprender de la culpa de una noche agitada, llena de oscuridad, mezcales y cerveza. Una noche con tinte místico, colmada de destellos, mujeres de ojos negros y sexo. Abrió los ojos a un mundo que azota con realidades tan puras que llagan profundamente al más curtido. El sueño fue tan nulo que parecía concreto. Las lagañas nunca se formaron. La depredadora estaba ahí, colmada en todos los jugos, perdida en planes macabros que ya no lo incluían. Cruzó por su mente un asesinato. Recogió sigilosamente su ropa esparcida por la sala y escapó, como los cobardes escapan de los grandes acontecimientos. La puerta azotó al compás de las campanas de la iglesia, tallando con fuerza milenaria una culpa inexistente en ese cuerpo destrozado. Eran las siete de la mañana y los transeúntes ya se dirigían con esa prisa inexplicable a sus respectivas jaulas con salario. El sol apenas se asomaba por encima de los edificios, pero aún así obligaba a entrecerrar los párpados, mientras que la vida perforaba con sus gritos matutinos esos oídos demasiados sensibles a lo cotidiano. Huir. Refugiarse. Escapar. Caminaba buscando las sombras que ofrecieran el cobijo más fresco, su piel hervía. Intempestivamente se detuvo en una esquina, sintió que una mirada lo perforaba y giró la cabeza agotado. A lo lejos, con el cabello revuelto y un cigarro en los labios, los ojos negros lo vigilaban, acusando con calma los movimientos, mientras desarrollaba una risa burlona apenas distinguible a la distancia en la comisura de los labios. La respuesta fue apresurar los pasos, poner distancia entre su persona y la noche que lo incriminaba. Pasos seguros a pesar del tambaleo, determinación a pesar de los escalofríos. Cuadras interminables. Agonía. Reposo en los recovecos que ofrecen las ruinas de casas abandonadas. Una mano decidida a rescatar de entre los escombros una colilla de cigarro, y ese momento de alegría al encontrar una buena mitad siendo desgarrado desde las entrañas al percatarse de la ausencia total de fuego. La desesperación, el nudo en la garganta, las lagrimas combatidas con hombría. Mechones de pelo como ofrenda a ese Dios tan injustamente burlón. La prisa que obliga a derrumbarse y gatear y levantarse en un ciclo aparentemente interminable. Por fin, las puertas que se abren para todos con una gentileza hogareña. El reconocimiento de la audiencia. Los ademanes que se saben comprendidos y ordenan en silencio. Ese néctar que besa los labios dulcemente y arde por la garganta mientras recobras, poco a poco, un tantito de vida. Dos vasos que dicen que son de nada y casi te sientes recuperado, absorto en una felicidad privilegiada, con una casi sonrisa en la cara, hasta que en tu pierna sientes deslizar una mano y al girar la cara encuentras esos ojos negros que sabes bien son la muerte, tu muerte. 

*  *  *  *  *
*  *  *  *

viernes, 24 de mayo de 2013

EL REMOJÓN

*  *  *  *
*  *  *  *  *


El martes azotaba con contratiempos inesperados al transeúnte matutino. En el libramiento había una congestión gracias a una inoportuna señorita que pensó que era la mejor de las ideas irse maquillando mientras manejaba hacia el trabajo. Seguramente por su cabeza pasó varias veces el pensamiento “Estoy ahorrando tiempo” o bien “Multitasking… sólo las mujeres” antes de estamparse de frente contra un camión urbano. Accidente horrible que, sin embargo, no saldrá en boletín de ningún medio, porque, si lo piensas bien, sólo es otra mujer más jodiéndole la vida a millones de habitantes, “tópico común en la historia”, llegó a pensar el productor del noticiero.
Gustavo recibió ese martes de primavera con los ojos bien despiertos mientras caminaba rumbo a la parada del camión, bailando la mirada de culo en culo, o de piernas a culo, o tetas a cara y a tetas de nuevo de todas las señoritas que andaban con una prisa sensual por las cochinas aceras de la ciudad exhibiendo esas prendas que de tan ligeras parecen invisibles. La sonrisa y la bandera a media asta disimuladas por los lentes oscuros obligatorios. Y así, de repente, rompiendo el encanto de una mañana sin resaca, la lluvia. Derramamiento del cielo debería decir, porque era una lluvia inusual, encabronada. Gustavo corrió hacía un local, donde el tendero amablemente cerró las puertas en su nariz. Desconcertado, buscó refugio bajo las láminas precarias de un puesto de periódicos, donde ya había una docena de ciudadanos empaquetados como sardinas, uno más no haría diferencia, paralelismo sin movimiento del trasporte público que no llegaría a tiempo por algún choque catastrófico.

Bajo el agua todo se siente como un ente diluido. Las pieles se tocan y se reconocen mojadas. Sin embargo, ahí, bajo el puesto de periódicos, la piel de Gustavo se electrificó al roce ¿inoportuno? de esa otra piel que cubría a Rosalba. Los lentes oscuros se reconocieron como si hubieran compartido las noches bajo la luz de la misma lámpara y guardaran rencor por la estela de un argumento ya olvidado. La multitud se arremolinaba en torno al puesto de periódicos evitando cualquier posible escapatoria. Ambos empujaban hacía atrás pero la fuerza de muchos vence la voluntad de pocos y sus cuerpos peligrosamente se acercaban a una intimidad precaria. En menos de nada el latido de sus pechos tamborileaba a un descompás antinatural que exacerbaba las sensaciones. El vaho de ella lo transportó a un lugar de interminables y dulces torturas. Una temblorítica mano rozó a propósito esa otra casi muerta de miedo. Por segundos eternos continuó este devaneo, pero entonces el roce del explorador se entrelazó firmemente sobre aquella tierra insegura y débil. Y los lentes se atravesaban violentamente y los labios se acercaban retadores. Ninguno quería realmente una nueva guerra, pero las manos libres se perdían en los pechos y la entrepierna. Y siguieron los gritos de la gente ignorante y los empujones y la lluvia que violentamente terminaría de mojarlos. Ahí, en la esquina de esas calles inmundas, el camión que no llegaría nunca los dejaría desamparados, fundidos, aceite y vinagre, uno con el otro bajo el agua, asaltados por miradas, obscenas y envidiosas, de decenas de personas que no comprendían lo hermoso del relato y sólo esperaban ver más de esas tetazas esplendorosas.

*  *  *  *  *
*  *  *  *