martes, 28 de octubre de 2008

ROMANCE DE OFICINA

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Una escena de martes por la mañana: un pasante de contador con un ridículo traje nuevo de pana, tan pasado de moda que está pronto a reclamar las pasarelas, se encuentra dubitativo ante la secretaria del contador y su imponente minifalda. Bien sabida es la destreza del pobre muchacho, el cual cubre sus intenciones llevándole mensajes inventados casi tan bien como ella cubre las suyas cuando se inclina a revisar un archivo ante el jefe. Siendo tan obvios los actos, todos en la oficina han optado por sufrir ceguera intencional por el puro gusto hacia el murmullo. Se ha debatido tanto entre los empleados, consecuencia de las puestas en escena de los torpes seductores, que ya hay partidos definidos: los que apoyan incondicionalmente al muchacho y lo vituperan en sus andadas (casi todos son casados); quienes ven en la secretaría una mártir moderna, guerrera de peleas vencidas (no es raro que la acompañen por el pasillo los llantos y kleenex de las cuarentonas y uno que otro marica declarado); otros, los más jóvenes, ansían saber de ellos juntos, retozando como mozalbetes; otros, los pocos -moralidad inquebrantable del bajío- , apoyan la idea de que el jefe abandone a su esposa y se fugue con la secretaria. Los motivos y razones son variados, incluso algunos piensan, juran y perjuran que si actúan tan raro es porque ya están ponchando. Triste desenlace sería saber que el muchacho y la secretaría en nada se atraen, y que pecan de sordos sólo porque disfrutan el reflector de los ojos y los múltiples cantos que llevan sus nombres.
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lunes, 20 de octubre de 2008

REACCIÓN AL THERAFLU

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Corre el agua por las hojas de los arboles inquietos. Las calles bajo los focos rotos emiten sus tristes ruidos de auxilio. El taconeo desesperado de las mujeres abandonadas resuena a lo lejos. El grave e inquietante olor a tacos cada vez se acerca más, seductor olor de barrio baja pedas. La pobreza azota con su látigo insensible la conciencia. La casa sin muebles reclama el abandono, la muy perra. El frio dirige la orquesta dental. Anforita vacía rompe corazones. Vergüenza ante un auditorio lleno, atento. Indignación sana que hace reaccionar a las piernas entumecidas. Los frenos, necios a funcionar con el suelo mojado. Los gritos de las personas en el puesto de tacos. La aspiración, a ser un voyerista profesional y compartir un hoyuelo en el cielo con los maestros, concretada.

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sábado, 11 de octubre de 2008

APRECIO

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Casi todos los días me viene a visitar una pulga, nunca es la misma. Creo que se dividió tan pesada tarea entre toda la comunidad residente de la Colcha para que cada familia mande a su niño predilecto a tan cansada tarea (empresa similar ocurre cuando los humanos escogen al primogénito como preferido y mandan al de en medio, con sonrisas y comentarios falsos y sublimes, a trabajos deshonrosos). Es por eso que todos los días me visita una pulga nueva, que en afán de demostrarse ante sus padres casi siempre es emprendedora.

No he crecido un hombre quejumbroso, pero tengo que decir que me molesta la inexperiencia que estas pulgas muestran, me hace dudar de la seriedad en su organización, especialmente tratándose de un cliente de tiempo como yo. Encuentro irritable que cada día se haga un viaje de reconocimiento de pies a cabeza y que se alojen en lugares que me delatan ante mis excelsos compañeros de trabajo como un pervertido sexual.

A pesar de tan evidentes inconvenientes nunca me he podido desprenderme de tan peculiar comunidad. No puedo negar mi admiración a la fidelidad de su causa. Inclusive me han tocado pulgas que al final de la jornada se alojan en mi oído y lloran sus interminables penas o beben un buen trago de sangre bien ganada durante la jornada, la mayoría de las veces ocurren las dos cosas, pero nunca se han quedado más de lo debido, responsables las ingratas regresan con el botín casi completo.

Un día unos chicos me aventaron una pedrada cuando trataba de vender mis latas. Nadie intervino. Recuerdo que ni el Mario ni Juanchas me ayudaron a levantarme y eso que son harto más jóvenes que yo. No los culpo, me ven a mi de lejos, su vida apenas los empieza a tratar mal.


¿Díganme cómo me podría desprender de mis pulgas? Son las únicas que se dignan a entablar una conversación conmigo desde hace 7 años. Aunque mi vida no ha sido la más justa, me regocijo pensando en la banalidades que preocupan a los demás hombres (dinero, seguridad, mujeres… ), pero hay días, cuando es imposible rechazar la melancolía, que me pongo a pensar incansablemente en esa pulga que vivió dos días.

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domingo, 5 de octubre de 2008

LA NOSTALGIA

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La melancolía es el color complementario de la ironía.
J. Torri

Un día Pedro Reyes T. empezó a extrañar su hogar, no aquel donde su madre tuvo el sangriento parto que dio comienzo a su desventurada y trágica vida (donde aprendió a caminar, comer y mear correctamente), sino aquel lugar de paso donde conoció a sus más alocadas amistades, personas sin sueño que perseguían damiselas acompañados de bulas con mezcal. Ahora que se encontraba de regreso en un viejo cuarto, rodeado de seguridades maternales y beneficios alimenticios, se sentía un poco alejado de aquello que lo mantenía motivado: las prohibiciones.

Pedro, muchas noches antes del suceso soñó acerca de su anhelo por el lugar sin nombre, por los rostros de labios carnosos y aliento de vodka que alguna vez lo acompañaron esperando el alba, por los cientos de diferentes vinos que lo hacían resucitar de su cotidianidad.

Me he preguntado muchas veces si realmente fue eso lo que pasaba por la mente de Reyes, después de todo era un tipo ordinario, iba a trabajar, tenía esposa, dos hijos, un carro y se hacía puñetas. Yo lo conocí antes y después de su regreso, el cambio era notable para aquellos que como yo pueden ver la tristeza en los ojos de la gente risueña. Nunca tuve oportunidad para confirmar mis sospechas y cada vez se me fue haciendo más y más común dejar de pensar en ello, hasta que pasó a ser otro pendiente en mi gran caja de situaciones irresueltas. Tal vez si alguna vez le hubiéramos hecho saber que tenía más de una opción las acciones no se hubieran desenvuelto de tan desagradable manera.

Por irreal que parezca la vida de Pedro es el sueño que muchas personas ingenuas se han forjado como meta. En efecto, dándole valor a las cinco clases de actuación a las que alguna vez asistió, Pedro se desplegaba con singular naturalidad en sus actividades diarias, una sonrisa ecléctica le acompaña la mayor parte del día -excepto en el tribunal, el baño y la cama- y todo mundo le envidiaba por ello. Vivía cómodamente en aquella parte alta de la ciudad donde nunca se ha escuchado de un asalto, un robo y las calles están limpias de excelentes seres harapientos y hambreados. Sus hijos eran todo un éxito en sociedad, habían sacado aquella parte distintiva de sus padres, que aunada a la inteligencia práctica de estos días les hizo la vida realmente fácil. Su mujer, a sus cuarenta y dos años tenía una presencia que todavía opacaba a las jóvenes exhuberantes amigas de sus hijos. Y es cierto, se puede decir que efectivamente Pedro vivía una buena vida, pero en realidad en cada paso vacilaba, por lo que digo que la sonrisa envidiada tal vez siempre fue de frustración ¿de qué? Nadie sabe.

Las pocas teorías que tengo acerca del desenlace de Pedro son inciertas. Tal vez ese año en el extranjero lo perjudico más de lo que todos piensan, tal vez nunca encontró el trago de mezcal que anhelaba en esta tierra llana, tal vez el fino cuerpo de su mujer era demasiado claro para memorizar y él era una persona de retos. Las teorías son muchas y muy variadas, es por eso que nunca pude dar un dictamen seguro a sus familiares y amigos, me apegue a aquello que era evidente: Pedro Reyes T. murió de exceso de bilis negra. Los moretones en el cuello y el pecho, los arañazos en la espalda, el olor a alcohol que desprendía el cuerpo después de cuatro horas en rigor mortis fueron síntomas que nunca pudimos explicar en el hospital. Ese día salí y fui directo a un bar a brindar porque Pedro encontró el camino de regreso. La visita al bar por un trago es ahora un ritual que aguanto con mi envidiable sonrisa ecléctica.
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