lunes, 18 de junio de 2012

15vo. FRAGMENTO

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Recuerdo ese lugar como si hubiera olvidado los ojos suspendidos en esa atmósfera turbia y sensual. Apenas percibo la tenue luz que se desvanece en su viaje hacia los rincones y cuyos límites sirven de escondrijo para los habituales seres mágicos de las mesas más remotas. Escucho la música dolorosa rebotando en las paredes despintadas y el eco, apenas perceptible, de algún cantor derrotado. Leves destellos se desprenden de las botellas que adornan la estantería, nido de discordias y difamaciones, cura para el desahogo y corazones rotos (corazones remendados y puestos a fusilar en una danza viciosa, interminable y armónica). Entonces el silencio, mi silencio, un silencio cargado de enormes cantidades de respeto y temor, ruega por un trago. Para obviar mi edad pueril, anhelo que reconozcan la desesperación en mi rostro. Mi ruego es atendido por el viejo cancerbero que resguarda celosamente el tesoro dionisiaco. Mi tonta agresividad hacia el trago delata mi poca experiencia y arranca inmediatamente risas compartidas, risas que recuerdan a todos los presentes su primer trago. Siento, en serio siento, que todos somos yo en diferentes edades. El viejo rellena mi vaso, me acerca los limones y me sirve unos cacahuates, estoy seguro de que ve en mí alguna esperanza. Ahora me doy cuenta que no eran gestos de aceptación, pues sólo con el tiempo una familia te cobija bajo sus brazos. Ese día sólo fueron unos viejos borrachos mirándose en el espejo del pasado, reconociéndose en mis ademanes torpes para tomar y en mi playera y puños ensangrentados.   

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