miércoles, 16 de mayo de 2012

Pedazo

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Me adormecí en la silla mientras la diarrea escurría por los labios de una persona que se las daba de interesante. Entre sueños revivía una escena de un libro lejano, con personajes creados de una vida que abandonaba al paso que mis párpados  bajaban. Ese hilo de realidad que en ciertas ocasiones no se corta hacía que mi viaje fuera turbio y fragmentado. ¡Alzar el ancla!, decía para mis adentros, ¡alzar el ancla y partir!, pero asumo que la posición naturalmente reprobada para el descanso hacía infructíferas mis súplicas. En segundos que fueron horas un par de tetas pasaron volando, un campo de amapolas y jeringas y besos y sexo y farolas en la media noche se sobreponían en una interminable danza dionisiaca y entonces ¡PUM! Ese hilo infernal me trajo de regreso y sentí los ojos de todos en la sala posados sobre mi cuerpo. El tipo que se las daba de interesante tenía una mueca de insoportable  y ridícula indignación, mis ronquidos habían acaparado a la audiencia de una manera tal que para él sólo es posible en sus insignificantes paseos con Morfeo. Todavía desconcertado, mi mirada brincaba alternadamente entre ojos juiciosos y simpáticos, hasta que encontré esa mirada esmeralda acompañada de esos labios carmesí que viajó a mi lado entre un mar de amapolas. Sonreí.

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martes, 15 de mayo de 2012

Pedacito

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El acantilado de tus ojos me recuerda ese vacío teórico que lo abarca todo. Todos los colores están en tu piel. Tu cabello, negro, como tu pubis, enmarañado caóticamente, refleja esa desesperación que antecede a la calma perfecta.  Caudalosos ríos de sangre helada escapan en libre carrera por las venas de tu cuerpo. Estás ahí, inmóvil, la musa perfecta. Sólo queda postrarme en una admiración que quisiera fuera eterna. 


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