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Acertijos
que se desprenden de tu piel y asaltan los ojos tremulosos con esa rabia que
poco a poco se olvida y se almacena en capítulos oscuros de la memoria. Enigmas
cuánticos de bajo relieve dispersos en la cartografía de tu abdomen provocan la
duda sobre las posibles rutas del proyecto. El embrollo de tu cabello
seudoamazónico y las sábanas de seda oriental se funden en un desastroso y
caótico escenario, espacio perfecto para que Wagner despliegue su orquesta e
invada presuntuoso los más alejados recovecos. Te contempla en la penumbra,
genuinamente consternada, por un par de horas, reflexionando, analizando el
esbozo incierto de las pasiones. Tú no la ves pero está postrada en una silla a
medio metro, acompañada de un vaso con whisky con sirenas desvaneciendo. La actitud inmóvil
de ambos se apodera de la habitación descarnada e inhibe la dulzura de los
muebles antiguos y martirizados por el tiempo. De pronto un chispazo detona en
esos ojos que podrían ser de cualquiera y se expande fugitivo hasta convertirse
en un incendio creativo que la posesiona. No obstante, combate su instinto y se
contiene, una calma exterior que contrasta con esa explosión
interna. De la camisa que hurtó de ese cuerpo que yace, extrae un cigarro y lo
prende para alternar con armonía la malta y el tabaco, contribuyendo
plácidamente a erigir el ambiente preciso para el proceso. Uñas multicolores
prensan amablemente el cristal que suda y La prohibición de amar se desliza carismática
entre la densa neblina. Te contempla curiosa y posa la colilla de un último
cigarro en un cenicero desbordado. Abandona el vaso a la deriva, sus sirenas
han triunfado. Así sin más, femenina, se abalanza sobre ti liberando su
incendio, ardida del alma, aguda con el cuchillo desenvainado. Artista a su trabajo.
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