viernes, 29 de noviembre de 2013

Siete grados bajo cero






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Dos cuerpos inmóviles se refugian en silencio tras las cobijas sanjuaneras, temerosos del aire que se desplaza, amenazante, acuchillando todo lo que se encuentra. Un par de ojos fijos al techo de lámina sólo adivinan otro par imitando, cómplice, tan inevitable acción. Podrían perderse en el sueño a un lugar más placentero,  pero los cuerpos vibrantes se aferran a este suplicio incombatible que azota con nombre de niño alguna costa lejana. Los labios deslavan el rojo coraje y se mueren poquito a poco decepcionados, secos de esperanza. Los minutos se alargan en horas imperceptibles, ajeno este hueco al mundo sigloveintuinero que se mueve ignorante de lo que ocurre tras esas paredes frigoríficas y letales. Un esfuerzo descomunal encuentra las manos que se abrazan con una energía tierna y ya casi fría. Las torres de humo que empañaban las ventanas de sus almas descienden por una escalera letánica al espacio de lo imperceptible. Alea iacta est.




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