domingo, 5 de octubre de 2008

LA NOSTALGIA

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La melancolía es el color complementario de la ironía.
J. Torri

Un día Pedro Reyes T. empezó a extrañar su hogar, no aquel donde su madre tuvo el sangriento parto que dio comienzo a su desventurada y trágica vida (donde aprendió a caminar, comer y mear correctamente), sino aquel lugar de paso donde conoció a sus más alocadas amistades, personas sin sueño que perseguían damiselas acompañados de bulas con mezcal. Ahora que se encontraba de regreso en un viejo cuarto, rodeado de seguridades maternales y beneficios alimenticios, se sentía un poco alejado de aquello que lo mantenía motivado: las prohibiciones.

Pedro, muchas noches antes del suceso soñó acerca de su anhelo por el lugar sin nombre, por los rostros de labios carnosos y aliento de vodka que alguna vez lo acompañaron esperando el alba, por los cientos de diferentes vinos que lo hacían resucitar de su cotidianidad.

Me he preguntado muchas veces si realmente fue eso lo que pasaba por la mente de Reyes, después de todo era un tipo ordinario, iba a trabajar, tenía esposa, dos hijos, un carro y se hacía puñetas. Yo lo conocí antes y después de su regreso, el cambio era notable para aquellos que como yo pueden ver la tristeza en los ojos de la gente risueña. Nunca tuve oportunidad para confirmar mis sospechas y cada vez se me fue haciendo más y más común dejar de pensar en ello, hasta que pasó a ser otro pendiente en mi gran caja de situaciones irresueltas. Tal vez si alguna vez le hubiéramos hecho saber que tenía más de una opción las acciones no se hubieran desenvuelto de tan desagradable manera.

Por irreal que parezca la vida de Pedro es el sueño que muchas personas ingenuas se han forjado como meta. En efecto, dándole valor a las cinco clases de actuación a las que alguna vez asistió, Pedro se desplegaba con singular naturalidad en sus actividades diarias, una sonrisa ecléctica le acompaña la mayor parte del día -excepto en el tribunal, el baño y la cama- y todo mundo le envidiaba por ello. Vivía cómodamente en aquella parte alta de la ciudad donde nunca se ha escuchado de un asalto, un robo y las calles están limpias de excelentes seres harapientos y hambreados. Sus hijos eran todo un éxito en sociedad, habían sacado aquella parte distintiva de sus padres, que aunada a la inteligencia práctica de estos días les hizo la vida realmente fácil. Su mujer, a sus cuarenta y dos años tenía una presencia que todavía opacaba a las jóvenes exhuberantes amigas de sus hijos. Y es cierto, se puede decir que efectivamente Pedro vivía una buena vida, pero en realidad en cada paso vacilaba, por lo que digo que la sonrisa envidiada tal vez siempre fue de frustración ¿de qué? Nadie sabe.

Las pocas teorías que tengo acerca del desenlace de Pedro son inciertas. Tal vez ese año en el extranjero lo perjudico más de lo que todos piensan, tal vez nunca encontró el trago de mezcal que anhelaba en esta tierra llana, tal vez el fino cuerpo de su mujer era demasiado claro para memorizar y él era una persona de retos. Las teorías son muchas y muy variadas, es por eso que nunca pude dar un dictamen seguro a sus familiares y amigos, me apegue a aquello que era evidente: Pedro Reyes T. murió de exceso de bilis negra. Los moretones en el cuello y el pecho, los arañazos en la espalda, el olor a alcohol que desprendía el cuerpo después de cuatro horas en rigor mortis fueron síntomas que nunca pudimos explicar en el hospital. Ese día salí y fui directo a un bar a brindar porque Pedro encontró el camino de regreso. La visita al bar por un trago es ahora un ritual que aguanto con mi envidiable sonrisa ecléctica.
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2 comentarios:

Mafufa dijo...

Se me asemeja a una proyección, pero no sé...

aparte en exhuberante te equivocaste y te tragaste una letra muajaja...

Me agradó el final...

TOMADOR ASIDUO dijo...

Bueno Mafa es k TODO siempre es una proyección.