miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA FERIA

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En la neblina dos cuerpos se seducen, se besan, se arrastran por el suelo buscando un lugar para tenerse. Pasiones encontradas en pieles fundidas. Un sueño compartido de olvido, un pacto ruidoso entre dos seres de humo que montan un espectáculo para los pequeños residentes del pasto -seres de luz que comprenden la ignorancia de la raza joven de los humanos-.

La distracción es pretexto para detener las labores. Se vende más licor que de costumbre, se montan gradas, se vende helado, se apresuran a sacar las reservas de manzanas, peras y mangos endulzados. Vuelan algodones de todos los colores. Los artistas improvisan casas de terror en los olorosos tennis del joven y las niñas usan las zapatillas como resbaladillas. Tres ingenieros improvisan tomblings con las medias negras y llenan de aire caliente los calcetines que los niños utilizan como inflables (son los únicos que se atreven). No faltan algunos borrachines que se atreven a correr por las pantorrillas de la mujer, otros avientan confeti en el oído del joven. Todos tocan trompetas, agitan banderas y ríen por los movimientos torpes de los amantes. Después de un agrio momento, los gritos, las porras, la risa se tornan en la hipnótica música para los seres de sangre. Entonces comienza el dulce y rítmico baile, baile de besos sobre los cuellos, baile de besos sobre los labios, baile de miradas y caricias, baile de dos para un público por fin satisfecho. Dos atrevidos le dan vuelta a los pezones irisándolos, huyen por el abdomen aterrorizados al escuchar el ronco grito de uno de los abuelos de la aldea. Otros jovencitos llenaron de cerveza el ombligo y se encuentran nadando. Unas señoras ríen y escalan por los muslos del varón dando tambaleantes pasos. Se abren competencias de resistencia para averiguar quién puede lengüetear por más tiempo los pies del muchacho, los más jóvenes compiten por el primer lugar trepando de punta a fin por los cabellos lacios y largos de la mujer. Cientos de fogatas arden en torno a los cuerpos. Todos bailan, se embriagan, se cansan.

Con la feria terminada, los seres de tierra extienden una cobija de niebla sobre los amantes. Los niños duermen en las piernas de los grandes, que beben, platican, disertan sobre los más triviales temas. Suenan cantos de damas dolidas, de héroes acabados, melodías de sueño para acompañar al alba que se resiste valiente a pasar inadvertida, cae cuando los parpados de los amantes se cierran conservando así la noche, después de un último beso de feria.
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