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Durante días, las
líneas de su rostro se dibujaban como un esbozo forzado por la memoria. Me
hostigaban recuerdos de eventos ficticios que un yo, débil e imaginario,
construyó con el fin único del no olvido. Deambulaba
por los callejones de una ciudad ajena, laberíntica y
absoluta, en búsqueda de las huellas de mis zapatos. Perdido, vagaba por los
rincones que albergan ánimas como la mía y, por momentos, olvidaba esa empresa
absurda que la potencia intelectual del alma me había impuesto. Una nebulosa atmósfera cubría el
ambiente y un velo colgaba de todos los rostros. Sentía que los años se hacían
días, los días horas, las horas minutos, y todo transcurría como en un sueño de
un par de dioses borrachos. Pendiente del recuerdo, mi vida.
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