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Las demostraciones de pasión falsa se acumulaban en
el ropero de las noches, en lo que parecía una penitencia aceptada por
costumbre. Rozaba las manos, discretamente, evitando los ojos quisquillosos del
espejo. Las mañanas se fugaban en la rutina del escape, la puerta el objetivo,
el maquillaje del disfraz desgastado. Todo para salir a recorrer las rutas con
la seguridad de la memoria, esperando en secreto un descarrilamiento, un
asesinato, una roja figura curvilínea contra corriente. Sonreía en las
esquinas, a lo lejos, ante ambulantes ojos verdes o estrafalarios e intrigantes
vestidos recortados. Se desplazaba con pasos aprendidos sólo para opacar los
pensamientos libertinos del sueño ambulante, necio. La tarea inevitable de la
vida aceptada. La circulación de las horas en una punching card amarillenta. La
cordialidad de no romper la madre a los superiores. El piano de las letras en
una composición ajena, sin alma, sin futuro. Manuscritos olvidados en
cajas dentro de gigantes almacenes que sirven propósitos egoístas. Los rostros
perdidos en abstracciones se alzan ciegos ante la sombra que se desliza por el
laberinto abrumador azul y gris. El timbre que finge libertad suena exhortando
con engaños. El peso anudado en la espalda. El sobar las aceras con las suelas,
despacio, casi coquetamente. El destino: la puerta, la cama, el ropero. La alegría:
rozar las manos.
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