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El menor de los
problemas es el dolor de cabeza o las ganas incontrolables de voltear el
estómago o los temblores de piel de gallina en un día caluroso. La duda,
pregunta que se trepa por todos estos síntomas, es lo peor. Consternación
física del alma, la reconstrucción de los hechos de una noche borrosa se puede
tornar en el más cruel y lento de los martirios en la resaca. Postrado en el
rincón más fresco del cuarto, piel hirviente al piso, se trata, combatiendo las
punzadas que torturan la sien, de encontrar el punto exacto en que todo se
pierde. Y pueden pasar horas o días o años en el proceso de reconstrucción. Los
recuerdos fragmentarios se sobreponen, se entrecruzan, se aniquilan. El tiempo
se pierde, las sensaciones se intensifican, los olores regresan con asco, las
risas o el llanto resuenan en un eco vivido y extraño. Los ojos de otros te
asaltan y te dibujan y siempre son inexactos. Un rompecabezas etílico.
Te
reprendes por volver a pintarte en la misma escena, por lastimar el cuerpo de una
manera tan heroicamente patética, porque, enfrentémoslo, todo héroe tiene algo
de patético. Y en un momento de calma, leve como la vida, regresas a un lugar
trepado hasta el techo de humo, y sabes que estuviste. Tal vez, te asalte un
recuerdo milimétrico de una mano cómplice sobre tu muslo y te conturbas. El
cuerpo espasmódico revela un punto crítico y buscas entre los escombros de los
recuerdos las mínimas indicaciones de un proceder errático. Hay que revisar el
cuerpo por heridas, siempre hay heridas aunque no haya sangre. El vibrar
constate del alma contenida no impide que se desarrolle un proceso
detectivesco, la ropa, los tickets por sumas considerables hacen que tu corazón brinque latidos. Y unos ojos felinos te atrapan y te siguen y te cazan, el
peligro, etérea sensación que seduce a los etílicos. Todo se desvanece y se
queda un vacío, un silencio que se prolonga y que martiriza la existencia. Te
bañas y limpias el cuerpo pero el silencio se anuda en la garganta. Una sensación indescriptible, la duda. Sano e incompleto, puedes considerarlo durante unas
horas o unos días pero siempre te armas y sales y recreas toda la escena con el
afán de averiguar sobre esos ojos inventados, sobre esa mano soñada, sobre esas
risas y esos lugares de las noches borrosas, pero siempre amaneces arrinconado
en el lugar más fresco del cuarto, piel hirviendo al suelo, recuerdos
fragmentados. Y te preguntas, y te preguntas.
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