* * * *
* * * * *
El martes azotaba con contratiempos inesperados al transeúnte
matutino. En el libramiento había una congestión gracias a una inoportuna
señorita que pensó que era la mejor de las ideas irse maquillando mientras
manejaba hacia el trabajo. Seguramente por su cabeza pasó varias veces el
pensamiento “Estoy ahorrando tiempo” o bien “Multitasking… sólo las mujeres” antes de estamparse de frente
contra un camión urbano. Accidente horrible que, sin embargo, no saldrá en boletín
de ningún medio, porque, si lo piensas bien, sólo es otra mujer más jodiéndole
la vida a millones de habitantes, “tópico común en la historia”, llegó a pensar
el productor del noticiero.
Gustavo recibió ese martes de primavera con los ojos
bien despiertos mientras caminaba rumbo a la parada del camión, bailando la
mirada de culo en culo, o de piernas a culo, o tetas a cara y a tetas de nuevo
de todas las señoritas que andaban con una prisa sensual por las cochinas
aceras de la ciudad exhibiendo esas prendas que de tan ligeras parecen
invisibles. La sonrisa y la bandera a media asta disimuladas por los lentes
oscuros obligatorios. Y así, de repente, rompiendo el encanto de una mañana sin
resaca, la lluvia. Derramamiento del cielo debería decir, porque era una lluvia
inusual, encabronada. Gustavo corrió hacía un local, donde el tendero amablemente
cerró las puertas en su nariz. Desconcertado, buscó refugio bajo las láminas
precarias de un puesto de periódicos, donde ya había una docena de ciudadanos
empaquetados como sardinas, uno más no haría diferencia, paralelismo sin
movimiento del trasporte público que no llegaría a tiempo por algún choque catastrófico.
Bajo el agua todo se siente como un ente diluido. Las
pieles se tocan y se reconocen mojadas. Sin embargo, ahí, bajo el puesto de
periódicos, la piel de Gustavo se electrificó al roce ¿inoportuno? de esa otra
piel que cubría a Rosalba. Los lentes oscuros se reconocieron como si hubieran
compartido las noches bajo la luz de la misma lámpara y guardaran rencor por la
estela de un argumento ya olvidado. La multitud se arremolinaba en torno al
puesto de periódicos evitando cualquier posible escapatoria. Ambos empujaban
hacía atrás pero la fuerza de muchos vence la voluntad de pocos y sus cuerpos
peligrosamente se acercaban a una intimidad precaria. En menos de nada el
latido de sus pechos tamborileaba a un descompás antinatural que exacerbaba las
sensaciones. El vaho de ella lo transportó a un lugar de interminables y dulces
torturas. Una temblorítica mano rozó a propósito esa otra casi muerta de miedo.
Por segundos eternos continuó este devaneo, pero entonces el roce del
explorador se entrelazó firmemente sobre aquella tierra insegura y débil. Y los
lentes se atravesaban violentamente y los labios se acercaban retadores. Ninguno
quería realmente una nueva guerra, pero las manos libres se perdían en los pechos
y la entrepierna. Y siguieron los gritos de la gente ignorante y los empujones
y la lluvia que violentamente terminaría de mojarlos. Ahí, en la esquina de
esas calles inmundas, el camión que no llegaría nunca los dejaría desamparados,
fundidos, aceite y vinagre, uno con el otro bajo el agua, asaltados por miradas,
obscenas y envidiosas, de decenas de personas que no comprendían lo hermoso del
relato y sólo esperaban ver más de esas tetazas esplendorosas.
* * * * *
* * * *